miércoles, 31 de agosto de 2022

EL CHANTAJE DE KROGSTAD A NORA

EL CHANTAJE DEL SR. KROGSTAD A NORA

 

1.-  Lectura

2.-  Escribe un comentario libre de 1 párrafo sobre la perspectivas de Krogstad y Nora

 

 ESCENA X.

 
KROGSTAD: Perdone usted, señora...
 
NORA (Lanza un grito y se levanta a medias): ¿Qué se le ofrece a usted?
 
KROGSTAD: Estaba entornada la puerta. Sin duda, habrán olvidado cerrarla.
 
NORA (Levantándose): Mi esposo no está en casa, señor Krogstad.
 
KROGSTAD: Ya lo sé.
 
NORA: Entonces... ¿qué desea usted?
 
KROGSTAD: Decirle una palabra.
 
NORA: ¿A mí?... (Aparta a los niños), Id con Mariana. ¿Qué?... No, él caballero de fuera no hará daño a mamá. Cuando se marche, seguiremos jugando. (Acompaña a los niños al aposento de la izquierda y cierra la puerta).
 
 

ESCENA XI.

 
NORA (Inquieta y agitada): ¿Usted quiere hablarme?
 
KROGSTAD: Sí, lo deseo.
 
NORA: ¿Hoy?... No estamos todavía a primeros de mes.
 
KROGSTAD: No, estamos en vísperas de Navidad, y de usted depende que estas Navidades le traigan alegrías o penas.
 
NORA: ¿Qué desea? Hoy me es realmente imposible...
 
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KROGSTAD: Por ahora no hablaremos de eso. Se trata de una cosa distinta. ¿Puede usted concederme un instante?
 
NORA: Sí... sí... aunque...
 
KROGSTAD: Bien. Cuando estaba yo sentado en el restaurante Olsen, vi pasar a su marido...
 
NORA: ¡Ah!
 
KROGSTAD: Con una señora.
 
NORA: Bueno. ¿Y...?
 
KROGSTAD: ¿Puedo preguntarle algo? Esta señora era la viuda de Linde, ¿no es cierto?
 
NORA: Sí.
 
KROGSTAD: ¿Acaba de llegar de fuera?
 
NORA: Hoy ha llegado.
 
KROGSTAD: ¿Es amiga suya?
 
NORA: Sí... pero no comprendo...
 
KROGSTAD: Yo también la traté en otra época.
 
NORA: Lo sé.
 
KROGSTAD: Está usted enterada. Lo suponía. ¿Entonces me permitirá que le pregunte si la señora de Linde espera obtener un puesto en el Banco?
 
NORA: ¿Cómo se atreve a preguntarme eso, señor Krogstad? ¿Usted, que es un subordinado de mi marido? Pero, ya que me lo pregunta, se lo diré. Sí, la señora de Linde tendrá un empleo en el Banco, y lo tendrá gracias a mí, señor Krogstad. Ahora ya lo sabe usted.
 
KROGSTAD: Acerté, pues.
 
NORA (Paseando): ¡Eh! Una tiene alguna influencia y el ser mujer no quiere decir que... Cuando se ocupa una situación subalterna, señor Krogstad, habría que cuidarse para no herir a una persona que... ¡ejem!...
 
KROGSTAD: ¿Que tiene influencia?
 
NORA: Sí, señor.
 
KROGSTAD (Cambiando de tono): Señora, ¿tendría usted la bondad de usar su influencia en mi favor?
 
NORA: ¿Cómo? ¿Qué quiere decir?
 
KROGSTAD: ¿Querría tener la bondad de influir para que se me conserve mi modesto puesto en el Banco?
 
NORA: ¿Qué quiere usted decir? ¿Quién piensa en quitarle el empleo?
 
KROGSTAD: ¡Oh! Es inútil el disimulo. Comprendo muy bien que a su amiga no le agrade encontrarse conmigo, y ahora sé a quién debo mi cesantía...
 
NORA: Le aseguro a usted...
 
KROGSTAD: En fin, dos palabras: todavía es tiempo, y le aconsejo que use de su influencia para impedirlo.
 
NORA: Yo no tengo ninguna influencia, señor Krogstad.
 
KROGSTAD: ¿Cómo? Hace un momento decía lo contrario...
 
NORA: ¿Cómo puede usted creer que yo tenga semejante poder sobre mi marido?
 
KROGSTAD: ¡Oh! Conozco a su marido desde que estudiamos juntos, y no creo que el señor director del Banco sea más enérgico que otros hombres casados.
 
NORA: Si habla usted despreciativamente de mi marido, lo pongo en la puerta.
 
KROGSTAD: Es valiente usted.
 
NORA: No le temo. Después de Año Nuevo me veré libre de usted.
 
KROGSTAD (Dominándose): Oiga bien, señora. Si es necesario, lucharé para conservar mi humilde empleo como si se tratase de una cuestión de vida o muerte.
 
NORA: Y lo es, evidentemente.
 
KROGSTAD: No es sólo por el sueldo; lo importante es otra cosa... que, en fin, voy a decirlo todo. Usted sabe, naturalmente, como todo el mundo, que yo cometí una imprudencia hace ya un buen número de años.
 
NORA: Creo haber oído hablar del asunto.
 
KROGSTAD: La cuestión no pasó a los tribunales; pero me cerró todos los caminos. Entonces emprendí la clase de negocios que usted sabe, porque era forzoso buscar alguna otra cosa, y me atrevo a decir que no he sido peor que otros. Ahora quiero abandonar estos negocios, porque mis hijos crecen y necesito recobrar la mayor consideración que pueda. El empleo del Banco era para mí el primer escalón, y ahora me encuentro con que su esposo pretende hacerme bajar de él para sepultarme nuevamente en el lodo.
 
NORA: Pero, por Dios, señor Krogstad, no puedo ayudarlo.
 
KROGSTAD: Lo que le falta es voluntad; pero tengo medios para obligarla.
 
NORA: ¿Va usted a decirle a mi marido que le debo dinero?
 
KROGSTAD: ¡Caramba! ¿Y si lo hiciera?
 
NORA: Sería una infamia. (Con voz llorosa). Ese secreto que es mi alegría y mi orgullo... Saberlo él de una manera tan villana... por usted. Me expondría a los mayores disgustos...
 
KROGSTAD: ¿Disgustos nada más?
 
NORA (Con viveza): O, si no, hágalo usted; usted perderá más, porque así sabrá mi marido qué clase de hombre es usted, y seguramente le dejará cesante.
 
KROGSTAD: Acabo de preguntar si no son más que disgustos domésticos los que usted teme.
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NORA: Si mi marido lo sabe, pagar, naturalmente, enseguida, y nos veremos libres de usted.
 
KROGSTAD (Dando un paso hacia ella): Oiga, señora... O usted no tiene memoria o apenas conoce los negocios, y es necesario que la ponga al corriente.
 
NORA: ¿De qué?
 
KROGSTAD: Cuando su esposo se encontraba enfermo, me pidió usted un préstamo de mil doscientos escudos.
 
NORA: No conocía a nadie más.
 
KROGSTAD: Yo le prometí proporcionarle el dinero.
 
NORA: Y me lo proporcionó.
 
KROGSTAD: Prometí proporcionárselo con ciertas condiciones; pero entonces estaba usted tan preocupada con la enfermedad de su esposo, y tan impaciente por tener el dinero para el viaje, que creo no se fijó mucho en los pormenores, y no debe extrañarle que se los recuerde. Pues bien, yo prometí proporcionarle el dinero mediante un recibo que escribí.
 
NORA: Sí, y que firmé.
 
KROGSTAD: Bien; pero más abajo añadí algunas líneas, según las cuales su padre garantizaba el pago. Esas líneas debía firmarlas él.
 
NORA: ¿Debía, dice? Lo hizo.
 
KROGSTAD: Yo dejé la fecha en blanco, lo cual significaba que su padre debía poner la fecha de la firma. ¿Se acuerda de eso?
 
NORA: Sí, creo, efectivamente...
 
KROGSTAD: Después entregué a usted el recibo para que lo enviara a su padre por correo. ¿No fue así?
 
NORA: Así fue.
 
KROGSTAD: Como es de suponer, lo hizo usted enseguida, porque a los cinco o seis días me devolvió el pagaré con la firma de su padre, y entonces recibió usted el préstamo.
 
NORA: ¡Bueno, sí! ¿No he ido pagando puntualmente?
 
KROGSTAD: Con poca diferencia. Pero volviendo a lo que decíamos... aquéllos eran seguramente malos tiempos para usted, señora.
 
NORA: Sí, es verdad.
 
KROGSTAD: Creo que su padre estaba muy enfermo.
 
NORA: Moribundo.
 
KROGSTAD: ¿Murió poco después?
 
NORA: Si, señor.
 
KROGSTAD: Dígame, señora, ¿se acuerda usted por casualidad de la fecha de muerte de su padre?
 
NORA: Papá murió el 29 de septiembre.
 
KROGSTAD: Cierto. Me preocupé de averiguarlo. Y por eso no me explico (saca un papel del bolsillo)... cierta particularidad.
 
NORA: ¿Qué particularidad?
 
KROGSTAD: Lo que hay de particular, señora, es que su padre firmó el recibo tres días después de morir. (Nora guarda silencio). ¿Puede usted explicarme esto? (Nora sigue callando). Es también evidente que las palabras dos de octubre y el año no son de letra de su padre, sino de una letra que creo conocer. En fin, eso puede explicarse. Su padre se olvidaría de fechar y lo haría cualquiera antes de saber su muerte. La cosa no es muy grave, porque lo esencial es la firma. ¿Es auténtica realmente, verdad, señora? ¿Su padre fue el que escribió allí su propio nombre?
 
NORA (Después de un corto silencio levanta la cabeza y lo mira provocativamente): No, no fue él. Fui yo la que escribí el nombre de papá.
 
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KROGSTAD: ¿Usted comprende bien toda la gravedad de esa confesión?
 
NORA: ¿Por qué? Dentro de poco tendrá usted su dinero.
 
KROGSTAD: Permítame una pregunta. ¿Por qué no envió usted el recibo a su padre?
 
NORA: Era imposible: ¡estaba tan enfermo! Para pedirle la firma hubiera tenido que declararle el destino del dinero, y en la situación en que se encontraba no podía decirle que estaba amenazada la vida de mi esposo. ¡Era imposible!
 
KROGSTAD: En ese caso hubiera sido preferible desistir del viaje.
 
NORA: ¡Imposible! El viaje era la salvación de mi marido, y no podía renunciar a él.
 
KROGSTAD: Pero ¿usted no comprende el fraude que cometió conmigo?
 
NORA: No podía yo detenerme a reflexionar. ¡Bastante me cuidaba yo de usted, que me era insoportable por la frialdad con que razonaba a pesar de saber que mi marido estaba en peligro!
 
KROGSTAD: Señora, evidentemente usted no tiene una idea muy clara de la responsabilidad en que ha incurrido. Para que lo comprenda, sólo le diré que el hecho que ha acarreado la pérdida de mi posición social no era más criminal que ése.
 
NORA: ¿Usted quiere hacerme creer que ha sido capaz de hacer algo para salvar la vida de su esposa?
 
KROGSTAD: Las leyes no se preocupan de los motivos.
 
NORA: Entonces son bien malas las leyes.
 
KROGSTAD: Malas o no... si presento este papel a la justicia, será usted juzgada según ellas.
 
NORA: Lo dudo mucho. ¿No iba a tener una hija el derecho de ahorrar inquietudes y angustias a su anciano padre moribundo? ¿No iba a tener una esposa el derecho de salvar la vida de su marido? Puede que no conozca a fondo las leyes, pero tengo la seguridad de que en alguna parte se consignará que esa
cosas son lícitas en determinadas circunstancias. ¿Y usted, que es abogado, no sabe nada de eso? Me parece poco experto como abogado, señor Krogstad.
 
KROGSTAD: Es posible; pero asuntos como los que tratamos reconocerá usted que los entiendo perfectamente. Y ahora, haga usted lo que guste; pero, si yo resulto arruinado por segunda vez, usted me hará compañía. (Saluda y se va). 




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