ACTIVIDAD:
1.- LECTURA
2.- Realiza un resumen (Lista de aciones de cada escena)
3.- Elige una de las escena y graba un audio tratando de expresar el tono del personaje.
4.- Selecciona citas a través de las cuales el autor nos plantea hechos hacia el desarrollo de la trama
ESCENA IV.
ELENA (Entrando): Perdone usted, señora... Hay un caballero que desea hablar al abogado...
NORA: Querrás decir al director del Banco.
ELENA: Sí, señora, al director; pero, como está el doctor ahí dentro... no sabía...
KROGSTAD (Presentándose): Soy yo, señora. (Elena sale. Cristina se estremece, se turba y se vuelve hacia la ventana).
NORA (Adelantándose hacia él, turbada y a media voz): ¿Usted? ¿Qué sucede? ¿Qué tiene usted que decir a mi marido?
KROGSTAD: Deseo hablarle de asuntos relativos al Banco. Tengo allí un empleíto y he oído decir que su esposo va a ser nuestro jefe...
NORA: Es cierto.
KROGSTAD: Asuntos de negocios, señora, nada más que eso.
NORA: Entonces, tómese la molestia de entrar en el despacho. (Le saluda con indiferencia, cerrando la puerta del recibidor, y después se acerca a la chimenea).
ESCENA V.
CRISTINA: Nora... ¿Quién es ese hombre?
NORA: Es un abogado que se llama Krogstad.
CRISTINA: ¡Ah!, él es...
NORA: ¿Lo conoces?
CRISTINA: Lo conocí hace muchos años. Fue procurador en casa durante algún tiempo.
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NORA: Precisamente.
CRISTINA: ¡Ha cambiado mucho!
NORA: Creo que fue muy desgraciado en el matrimonio.
CRISTINA: Ahora es viudo, ¿verdad?
NORA: Sí, con muchos hijos. ¡Eh!, me estoy achicharrando. (Cierra la estufa y separa la mecedora).
CRISTINA: Dicen que se ocupa en toda clase de negocios.
NORA: ¿Sí? Es posible; no sé... Pero no hablemos de negocios; es una cosa muy fastidiosa...
ESCENA VI.
RANK (Saliendo del despacho de Helmer, y dejando entreabierta la puerta): No, no; no quiero estorbarte; voy a ver a tu esposa un momento. (Cierra la puerta y repara en Cristina). ¡Ah, perdón! También aquí estorbo.
NORA: Nada de eso... (Haciendo las presentaciones). El doctor Rank; la señora viuda de Linde.
RANK: Ese nombre se pronuncia con frecuencia en esta casa. Creo haber pasado delante de usted al subir la escalera.
CRISTINA: Sí, yo tardo en subir, porque me fatigo.
RANK: ¿Está usted indispuesta?
CRISTINA: Sólo me encuentro fatigada.
RANK: ¿Nada más? ¿Entonces viene usted a descansar aquí, probablemente, corriendo de fiesta en fiesta?
CRISTINA: He venido a buscar trabajo.
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RANK: ¿Será ése un remedio eficaz contra el exceso de fatiga?
CRISTINA: No, pero es necesario vivir, doctor.
RANK: Sí, es una opinión general: se cree que la vida es una cosa necesaria.
NORA: ¡Oh doctor! Tengo la seguridad de que usted tiene también mucho apego por la vida.
RANK: Vaya si lo tengo. Mísero y todo como soy, tengo decidido empeño en sufrir el mayor tiempo que pueda. A mis clientes les ocurre lo propio. Y lo mismo opinan los que padecen achaques morales. En este momento acabo de dejar uno en el despacho de Helmer, un hombre en tratamiento; hay hospitales para enfermos de esa índole.
CRISTINA (Con voz sorda): ¡Ah!
NORA: ¿Qué quiere usted decir?
RANK: ¡Oh! Hablo del abogado Krogstad, a quien usted no conoce. Está podrido hasta los huesos y, sin embargo, afirma, como cosa de la mayor importancia, que es necesario vivir.
NORA: ¿De veras? ¿De qué hablaba con Helmer?
RANK: A ciencia cierta, no lo sé. Lo único que he oído es que se trataba del Banco.
NORA: Yo no sabía que Krog... que el señor Krogstad tuviera que ver con el Banco.
RANK: Sí, se le ha dado una especie de empleo. (Dirigiéndose a Cristina). No sé si también allá, entre ustedes, existe esa especie de hombres que se afanan en desenterrar podredumbres morales, y, en cuanto encuentran un enfermo, lo ponen en observación, proporcionándole una buena plaza, mientras los sanos se quedan fuera.
CRISTINA: Hay que confesar que los enfermos son los que más cuidados necesitan.
RANK (Encogiéndose de hombros): Bien dicho. Es una manera de convertir a la sociedad en hospital. (Nora, que ha permanecido abstraída, rompe a reír, batiendo palmas). ¿Por qué se ríe usted? ¿Sabe siquiera lo que es la sociedad?
NORA: ¿Y quién habla de la inaguantable sociedad de usted? Me reía de otra cosa... una cosa tan graciosa... Dígame usted, doctor... ¿todos los que tienen empleos en el Banco serán, en lo sucesivo, subordinados de mi esposo?
RANK: ¿Es eso lo que la divierte a usted?
NORA (Sonriendo y tarareando): No haga usted caso. (Da vueltas por la habitación). ¡Pensar que nosotros... que Torvaldo tenga ahora influencia sobre tanta gente! Realmente es muy divertido y me parece increíble. (Saca del bolsillo el cucurucho de almendras). ¿Quiere usted almendras, doctor?
RANK: ¡Hola! ¿Almendritas? Creía que eso era contrabando aquí.
NORA: Sí, pero éstas me las ha dado Cristina.
CRISTINA: ¿Yo? NORA: Vamos, vamos, no te asustes. Tú no podías saber que Torvaldo me ha prohibido comer dulces. ¡Bah! ... ¡Por una vez!... ¿Verdad, doctor?... ¡Tenga usted! (Le pone una almendra en la boca). Y tú también, Cristina. Yo comeré una muy pequeñina... dos a lo sumo. (Empieza a dar vueltas por la habitación otra vez). Pues, señor, soy inmensamente feliz. Sólo una cosa deseo todavía ardientemente.
RANK: Sepamos. ¿De qué se trata?
NORA: Una cosa que me entran ganas irresistibles de decir delante de Torvaldo.
RANK: ¿Y quién le prohíbe a usted decirla?
NORA: No me atrevo: es demasiado fea.
CRISTINA: ¿Fea?
RANK: Entonces, es preferible que se calle, pero a nosotros... ¿Qué es lo que tiene usted tanto deseo de decir delante de Torvaldo?
NORA: Tengo unos deseos atroces de gritar: ¡rayos, truenos, huracanes!
RANK: ¡Qué loca es usted!
CRISTINA: Vamos, Nora...
RANK: Pues grite usted; aquí está.
NORA (Escondiendo las almendras): ¡Chis, chis! (Sale Helmer del despacho, con un abrigo en el brazo y el sombrero en la mano).
ESCENA VII.
NORA (Adelantándose hacia él): ¿Qué? ¿Has logrado echar a la calle a ese señor?
HELMER: Sí, acaba de marcharse.
NORA: ¿Permites que te presente? Es Cristina, que ha venido de fuera.
HELMER: ¿Cristina? Usted perdone, pero no sé...
NORA: La señora de Linde, querido, la señora Cristina de Linde.
HELMER: ¡Ah! Perfectamente. ¿Una amiga de la infancia de mi mujer, acaso? CRISTINA: Sí, señor; nos conocimos en otro tiempo.
NORA: Y ya ves, ha hecho este viaje tan largo para hablar contigo.
HELMER: ¿Cómo?
CRISTINA: No sólo para eso...
NORA: Cristina, para que lo sepas, entiende mucho de trabajos de oficina y, además, tiene grandes deseos de ponerse a las órdenes de un hombre superior y de adquirir aún más experiencia.
HELMER: Muy bien pensado, señora.
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NORA: Así es que, cuando supo por los telegramas de los periódicos que te habían nombrado director del Banco, se puso en camino... ¿Verdad, Torvaldo, que harás algo en favor de Cristina por complacerme? ¿Verdad?
HELMER: No es absolutamente imposible. ¿La señora es quizá viuda?
CRISTINA: Sí.
HELMER: ¿Y usted está acostumbrada a trabajar en oficinas?
CRISTINA: Sí, bastante.
HELMER: Entonces es muy probable que pueda proporcionar a usted una
plaza.
NORA (Aplaudiendo): ¡Lo ves!
HELMER: Llega usted en buena ocasión, señora.
CRISTINA: ¿Cómo agradecer a usted...?
HELMER: ¡Oh! No hablemos de eso. (Se pone el abrigo). Pero hoy tendrá usted que disculparme.
RANK: Espera, que yo también me voy. (Recoge su cuello de pieles del recibidor y lo calienta en la chimenea).
NORA: No tardes mucho, Torvaldo.
HELMER: Una hora solamente.
NORA: ¿Te vas tú también, Cristina?
CRISTINA (Poniéndose el abrigo): Necesito ir a buscar un alojamiento.
HELMER: Podemos ir juntos una parte del camino.
NORA (Ayudándola): ¡Qué fastidio que estemos tan estrechos!... Nos es completamente imposible...
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CRISTINA: ¿En qué piensas, mujer? Hasta la vista, querida Nora, y gracias.
NORA: Hasta luego, porque esta noche vendrás, ¿no es cierto? Y usted también, doctor. ¿Cómo? Siempre que se sienta bien. ¡Claro que se sentirá bien!... ¿Va usted a excusarse? Se arropa usted. (Se van hablando por la derecha. Se oyen voces de niños en la escalera).
NORA: ¡Ya están aquí, ya están aquí! (Corre a abrir, y aparece Mariana con los niños).
ESCENA VIII.
NORA: ¡Entren, entren! (Besa a los niños). ¡Oh! ¡Cielos míos! ¡Mira, Cristina! ¿No es verdad que son muy preciosos?
RANK: No os quedéis ahí al aire.
HELMER: Vamos, señora de Linde; para quien no es madre, quedarse ahora con Nora sería insoportable. (El doctor Rank, Helmer y Cristina bajan la escalera. Entra Mariana con los niños. Nora lo hace después de cerrar la puerta).
ESCENA IX.
NORA: ¡Qué caritas tan animadas y tan frescas tienen! ¡Qué mejillas tan sonrosadas! Parecen manzanas y rosas. (Todos los niños le hablan a la vez hasta el fin de la escena). ¿Se divirtieron mucho? Muy bien. ¡Anda! ¿Conque tú has tirado del trineo llevando a Emmy y a Bob? ¿Es posible? ¡A los dos! ¡Ah! Eres un valiente, Iván... ¡Oh! Déjamela un momento, Mariana. ¡Muñequita mía! (Toma a la niña menor y baila con ella). Sí, sí, mamá va a bailar con Bob también. ¿Cómo? ¿Han hecho bolas de nieve? ¡Oh! ¡Lo que hubiera dado por estar a su lado! No, déjame, Mariana. Voy a desvestirlos yo. Déjame, mujer. ¡Si es tan divertido! Entra ahí entretanto. Tienes cara de frío. En la cocina hay café caliente para ti. (Mariana se va por la puerta de la izquierda. Nora despoja a los niños de los abrigos y de los sombreros, que va dejando desparramados. Los niños siguen hablando). ¡Imposible! ¿Que ha corrido detrás de ustedes un perrazo? Pero no mordía. No, los perros no muerden a los muñequitos preciosos como ustedes. ¡Eh! ¡Iván, cuidado con mirar los paquetes! No, no, que tienen dentro una cosa mala. ¿Qué? ¿Quieren jugar? Que se esconda primero Bob. ¿Yo? ¡Bueno, pues yo! (Nora y los niños se ponen a jugar, gritando y riendo. Al fin Nora se esconde debajo de la mesa. Llegan los niños a todo correr, y la buscan sin poder encontrarla; pero oyen su risa ahogada, se precipitan hacia el velador, levantan el tapete, y la
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descubren. Gritos de alegría. Nora sale a gatas, como para asustarlos. Nueva explosión de júbilo. Mientras tanto, han llamado sin que nadie responda. Se entreabre la puerta y aparece Krogstad. Espera un momento. El juego continúa)
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