martes, 6 de septiembre de 2022

Krogstad cumple su amenaza

 ACTIVIDAD

1.- LECTURA: Lee las siguientes escenas del Acto 2 de "Casa de muñecas" de henrik Ibsen

2.- En Q1, documento dedicado a "Casa de muñecas".  Realiza las siguientes actividades.

2.1.- Coloca un título para cada una de las escenas

2.2.- Escribe un resumen de las escenas leídas

2.3.- Escribe un comentario de un párafo sobre la siguiente cita:


"NORA: ¡Magnífica! Pero también tengo el mérito de tratar de complacerte.
 
HELMER (Acariciándole la barbilla): ¿Mérito?... ¿Por complacer a tu marido? Vamos, vamos, loquilla, ya sé que no es eso lo que querías decir. Pero no quiero interrumpirte; tendrás que probarte el vestido, supongo."

 

ESCENA IV.

 
NORA (Yendo al encuentro de Helmer): ¡Con qué impaciencia te esperaba, querido Torvaldo!
 
HELMER: ¿Era la costurera?
 
NORA: No, era Cristina, que me está ayudando a arreglar el traje... ¡Ya verás qué impresión doy!
 
HELMER: Sí, he tenido una buena idea.
 
NORA: ¡Magnífica! Pero también tengo el mérito de tratar de complacerte.
 
HELMER (Acariciándole la barbilla): ¿Mérito?... ¿Por complacer a tu marido? Vamos, vamos, loquilla, ya sé que no es eso lo que querías decir. Pero no quiero interrumpirte; tendrás que probarte el vestido, supongo.
 
NORA: ¿Y tú? ¿Vas a trabajar?
 
HELMER: Sí. (Enseña papeles). Mira. He ido al Banco. (Va a entrar en el despacho).
 
NORA: Torvaldo...
 
HELMER (Deteniéndose): ¿Decías...?
 
NORA: ¿Si la ardillita te suplicara encarecidamente una cosa...?
 
HELMER: ¿Que?
 
NORA: ¿La harías, di?
 
HELMER: Ante todo, necesito saber de qué se trata.
 
NORA: Si tú quisieras ser complaciente y amable, la ardillita brincaría y haría toda clase de monadas. HELMER: Habla de una vez.
 
NORA: La alondra gorjearía en todos los tonos.
 
HELMER: La alondra no hace más que eso.
 
NORA: Bailaría para distraerte como las sílfides a la luz de la luna.
 
HELMER: Nora... ¿no será aquello de que hablaste esta mañana?
 
NORA (Acercándose): Sí, Torvaldo... ¡Hazme este favor!
 
HELMER: ¿Y tienes valor para volver a hablar de ese asunto?
 
NORA: Sí, sí, tienes que acceder, deseo que Krogstad conserve su puesto en el Banco.
 
HELMER: Mi querida Nora, he destinado esa plaza a la señora de Linde.
 
NORA: Te lo agradezco mucho; pero, bueno, no tienes más que dejar cesante a otro en vez de Krogstad
 
HELMER: ¡Eso es una terquedad que pasa de la raya! Porque ayer hiciste irreflexivamente una promesa, quieres que...
 
NORA: No es por eso, Torvaldo. Es por ti. Me has dicho que ese hombre escribe en los peores periódicos... ¡Podrá hacerte daño! ¡Me inspira un miedo espantoso!
 
HELMER: ¡Oh! Ya comprendo... Te acuerdas de otras épocas y te asustas.
 
NORA: ¿A qué te refieres?
 
HELMER: Piensas evidentemente en tu padre.
 
NORA: Eso; sí. Acuérdate de todo lo que escribieron en los periódicos contra papá personas viles... y de todas las calumnias que lanzaron contra él. Creo que lo habrían destituido, de no haberte enviado a ti al ministerio para hacer el informe y de no haberte mostrado tan benévolo con él.
 
HELMER: Norita mía, existe una gran diferencia entre tu padre y yo. Tu padre no era funcionario inatacable; yo sí, y espero continuar siéndolo mientras conserve mi posición.
 
NORA: ¡Oh! ¡Quién sabe de lo que son capaces de inventar las malas lenguas! ¡Podríamos vivir tan bien, tan tranquilos, tan contentos, en nuestro apacible nido, tú, los niños y yo! Por eso te lo suplico con tanta insistencia.
 
HELMER: Pues precisamente por hablarme tú en su favor, me es imposible acceder. Ya se sabe en el Banco que Krogstad va a quedar cesante, y si ahora se supiera que la mujer del nuevo director le ha hecho cambiar de opinión...
 
NORA: ¿Qué?
 
HELMER: No, poco importa, naturalmente, con tal que tú te salgas con la tuya. ¿Puedes querer que me ponga en ridículo a los ojos de todo el personal?... ¿O dar a entender que soy accesible a toda clase de influencias extrañas? Puedes estar segura de que no tardarían en dejarse sentir las consecuencias. Y además, hay otra razón que hace imposible la permanencia de Krogstad en el Banco mientras yo sea director.
 
NORA: ¿Cuál?
 
HELMER: En lo que respecta a su mancha moral... yo en rigor hubiera podido ser indulgente...
 
NORA: ¿Sí, verdad, Torvaldo?
 
HELMER: Sobre todo después de saber que es un buen empleado; pero lo conozco hace mucho tiempo. Es una de esas amistades de la juventud, contraídas a la ligera, y que después nos estorban frecuentemente en la vida. Para decírtelo francamente: nos tuteamos. Y ese hombre tiene tan poco tacto, que no disimula en presencia de otras personas, sino que, por lo contrario, cree que tiene derecho a usar conmigo de un tono familiar, y siempre está tú por arriba, tú por abajo . Te juro que eso me molesta mucho, y haría intolerable mi situación en el Banco.
 
NORA: Torvaldo, tú no lo dirás en serio.
 
HELMER: Sí. ¿Por qué no?
 
NORA: Porque sería un motivo mezquino.
 
HELMER: ¿Qué dices? ¿Mezquino? ¿Me juzgas mezquino?
 
NORA: No, al revés, querido Torvaldo, y por eso...
 
HELMER: Es lo mismo. Tú dices que son mezquinos mis motivos; por consiguiente, debo serlo yo. ¿Mezquino? ¿De veras? Es hora de terminar con esto. (Llamando). ¡Elena!
 
NORA: ¿Qué vas a hacer?
 
HELMER (Buscando entre los papeles): A tomar una resolución. (Entra Elena).


ESCENA V.

 
HELMER: Tome usted esta carta. Salga enseguida a buscar un mozo para que la lleve. ¡Inmediatamente! Las señas van puestas. Tome usted el dinero.
 
ELENA: Bien, señor. (Sale con la carta).
 
 

ESCENA VI.

 
HELMER (Enrollando los papeles): Bien, señora terca.
 
NORA (Con voz ahogada): ¿Qué va en ese sobre?
 
HELMER: La cesantía de Krogstad.
 
NORA: ¡Recógela, Torvaldo! Todavía es tiempo. ¡Oh! Torvaldo, recógela! ¡Hazlo por mí... por ti, por los niños! ¡Oyeme, Torvaldo!... ¡haz eso! No sabes la desgracia que puede acarreamos a todos.
 
HELMER: Es demasiado tarde.
 
NORA: Sí, demasiado tarde.
 
HELMER: Querida Nora, te perdono esta angustia, aun cuando no sea otra cosa que una injuria a mí. ¡Sí, lo es! ¿No es una injuria creer que yo podría temer la venganza de un abogaducho perdido? Pero te lo perdono de todos modos, porque eso demuestra el gran cariño que me tienes. (La toma en brazos). Es preciso, adorada Nora. Suceda lo que suceda. En los momentos graves, tengo fuerzas y valor y asumo todas las responsabilidades.
 
NORA (Asustada): ¿Qué quieres decir?
 
HELMER: He dicho todas las responsabilidades.
 
NORA (Con acento firme): ¡Jamás, jamás harás eso!
 
HELMER: Bien, pues las compartiremos, Nora, como marido y mujer. Así debe ser. (Acariciándola). ¿Estás contenta ahora? Vamos, vamos, nada de miradas de paloma asustada. Todo es pura fantasía. Ahora debes tocar la tarantela y ensayarte en la pandereta. Yo me encerraré en mi despacho, y desde
allí no oiré nada. Puedes hacer todo el ruido que quieras, y, cuando venga Rank, le dices dónde estoy. (Le hace una seña con la cabeza, entra al despacho llevando los papeles, y cierra la puerta).  

 

ESCENA VIII.
 

NORA (Adelantándose hacia Krogstad): Hable bajo, que está ahí mi marido.
 
KROGSTAD: No hay inconveniente.
 
NORA: ¿Qué quiere usted?
 
KROGSTAD: Decirle una cosa.
 
NORA: ¡Hable pronto! ¿Qué desea decirme?
 
KROGSTAD: ¿Usted sabe que he recibido la cesantía?
 
NORA: No he podido evitarlo, señor Krogstad. He defendido su causa cuanto me ha sido posible, pero todos mis esfuerzos han resultado inútiles.
 
KROGSTAD: ¿Tan poco la ama a usted su marido? Sabe lo que puede ocurrir, y, a pesar de eso, se atreve...
 
NORA: ¿Cómo puede usted, suponer que lo sepa?
 
KROGSTAD: Realmente no lo he creído nunca, porque no es persona que tenga tanto valor mi buen Torvaldo Helmer.
 
NORA: Señor Krogstad, exijo que se respete a mi marido.
 
KROGSTAD: Se supone. Se le respeta cuanto corresponde. Pero, ya que pone tanto empeño en ocultar este asunto, me permito suponer que está usted mejor informada que ayer respecto de la gravedad de lo que hizo.
 
NORA: Mejor informada de lo que hubiera podido estarlo por usted.
 
KROGSTAD: Efectivamente, un jurista tan malo como yo...
 
NORA: ¿Qué quiere usted?
 
KROGSTAD: Nada. Ver sólo cómo está señora. He pasado todo el día pensando en usted. Por más que uno sea un abogaducho, un... en fin, un sujeto como yo, no deja de tener algo que se llama corazón, después de todo.
 
NORA: Demuéstremelo usted; piense en mis hijos.
 
KROGSTAD: ¿Ha pensado en los míos su marido? Pero importa poco. Yo sólo quería decirle a usted que no tomara la cosa muy a lo trágico, pues, por el momento, no he de presentar acusación contra usted.
 
NORA: ¿No, verdad? Estaba segura.
 
KROGSTAD: Se puede terminar este asunto amistosamente, sin que se enteren otras personas. Todo puede quedar entre nosotros tres.
 
NORA: Mi marido no debe saber nada nunca...
 
KROGSTAD: ¿Cómo va usted a impedirlo? ¿Acaso puede pagar el resto de la deuda?
 
NORA: Inmediatamente, no.
 
KROGSTAD: ¿Ha encontrado quizá manera de adquirir dinero estos días?
 
NORA: No. Medio que se pueda emplear, ninguno.
 
KROGSTAD: Además, no le serviría a usted de nada: no le devolveré el pagaré ni por todo el dinero del mundo.
 
NORA: Explíqueme entonces cómo quiere utilizarlo.
 
KROGSTAD: Deseo conservarlo simplemente; tenerlo en mi poder; pero ningún extraño sabrá nada. De manera que si había pensado usted en alguna solución desesperada...
 
NORA: Sí que he pensado.
 
KROGSTAD: ...En abandonarlo todo y huir...
 
NORA: Lo he pensado, sí.
 
KROGSTAD: ...O en algo peor todavía...
 
NORA: ¿Cómo?
 
KROGSTAD: ...Renuncie a esas ideas.
 
NORA: Pero, ¿cómo sabe usted que las tenga?
 
KROGSTAD: Casi todos las tenemos al principio. Yo las tuve como los demás; pero confieso que me faltó valor.
 
NORA: ¡A mí también!
 
KROGSTAD (Tranquilizado): ¿No es verdad? A usted también le falta valor.
 
NORA: Sí.
 
KROGSTAD: Además, sería una solemne tontería, porque, pasada la primera tempestad conyugal... Aquí, en el bolsillo, traigo una carta para su esposo...
 
NORA: ¿Se lo cuenta usted todo?
 
KROGSTAD: Con la mayor suavidad posible.
 
NORA (Con precipitación): No verá esa carta. Rómpala yo buscaré el dinero para pagarle.
 
KROGSTAD: Dispénseme, señora, pero creo haberle dicho hace un momento...
 
NORA: ¡Oh! No hablo del dinero que le debo a usted. Dígame cuánto piensa pedirle a mi marido y se lo entregaré yo.
 
KROGSTAD: No pido dinero a su marido.
 
NORA: ¿Pues qué pide entonces?
 
KROGSTAD: Se lo diré. Quiero prosperar, señora, quiero hacer fortuna; y ha de ayudarme su marido. Durante año y medio no he cometido ningún acto deshonroso; durante todo ese tiempo he luchado con las más duras dificultades. Estaba satisfecho con volver a subir paso a paso. Ahora me dejan cesante y no me basta ya que me repongan por favor. Quiero prosperar, digo. Quiero entrar en el Banco... en mejores condiciones que antes; su marido tiene que crear una plaza para mí...
 
NORA: ¡Eso no lo hará nunca!
 
KROGSTAD: Lo hará; lo conozco... no se atreverá a pestañear, y, conseguido esto, ya verá usted. Antes de un año seré la mano derecha del director. Quien dirigirá el Banco será Enrique Krogstad y no Torvaldo Helmer.
 
NORA: Jamás ocurrirá semejante cosa.
 
KROGSTAD: ¿Querría usted acaso...?
 
NORA: Tengo valor para hacerlo.
 
KROGSTAD: ¡Oh! No me asusta usted. Una dama distinguida y delicada como usted...
 
NORA: ¡Ya lo verá usted, ya lo verá!
 
KROGSTAD: ¿Bajo el hielo acaso? ¿En el abismo húmedo, frío y sombrío? Y volver a la superficie en la primavera, desfigurada, desconocida, sin cabello...
 
NORA: No me asusta usted.
 
KROGSTAD: Ni usted a mí. No se hacen esas cosas, señora. ¿Y a qué conducirán, además? De todos modos, lo tengo en el bolsillo.
 
NORA: Cuando yo no exista...
 
KROGSTAD: Si usted se suicida, estará en mis manos su memoria. (Nora lo mira perpleja). Conque ya está usted advertida. ¡Nada de bobadas! Cuando Helmer reciba mi carta, se apresurará a contestarme. Y acuérdese usted bien de que su marido es quien me obliga a dar este paso. Esto no se lo perdonaré nunca. ¡Adiós, señora! (Se va).  


ESCENA IX.

 
NORA (Entreabriendo con precaución la puerta del vestíbulo y escuchando): Se ha marchado. No le enviará la carta. ¡No, no, es imposible! (Abre la puerta más cada vez). ¿Qué es esto? Se ha detenido. Reflexiona. ¿Iría a...? (Se oye caer una carta en el buzón, y después los pasos de Krogstad, cuyo ruido va extinguiéndose a medida que baja la escalera. Nora reprime un grito y vuelve corriendo hasta el velador. Un momento de silencio). ¡Está en el buzón! (Vuelve sigilosamente a la puerta del recibidor). ¡Está ahí!... ¡Torvaldo... nos hemos perdido!
 
CRISTINA (Entrando con el traje por la puerta de la izquierda): No he podido hacer más. ¿Quieres probártelo?
 
NORA (Bajo, con voz ahogada): Cristina, ven aquí.
 
CRISTINA (Poniendo el vestido sobre el sofá): ¿Qué tienes? Parece que estás completamente trastornada.
 
NORA: Ven aquí. ¿Ves esa carta? ¿Ahí, a través de la abertura del buzón?
 
CRISTINA: Sí, la veo perfectamente.
 
NORA: Esa carta es de Krogstad.
 
CRISTINA: ¡Nora! ... ¿Fue Krogstad quien te prestó el dinero?
 
NORA: Sí. Lo sabrá todo Torvaldo.
 
CRISTINA: Créeme, Nora, es lo mejor para ustedes dos.
 
NORA: Es que no lo sabes todo; he puesto una firma falsa.
 
CRISTINA: ¡Gran Dios!... ¿Qué dices?
 
NORA: ¡Ahora oye, Cristina! Oye lo que voy a decirte; necesito que me sirvas de testigo.
 
CRISTINA: ¿De qué? ¡Dime!
 
NORA: Si yo me volviese loca... y bien puede darse el caso...
Casa de muñecas  henrik ibsen
 
CRISTINA: ¡Nora!
 
NORA: O si me ocurriera alguna desgracia... y no estuviese aquí para...
 
CRISTINA: ¡Nora, Nora, has perdido el juicio!
 
NORA: Si hubiera entonces alguien que quisiera atribuirse toda la culpa... ¿comprendes?
 
CRISTINA: Sí, ¿pero cómo puedes creer...?
 
NORA: En ese caso debes declarar que es falso, Cristina. No estoy loca; estoy en mi sano juicio, y te digo: ninguna otra persona lo supo; obré sola, absolutamente sola. Acuérdate bien de esto.
 
CRISTINA: Bien, lo recordaré; pero no comprendo...
 
NORA: ¡Ah! ¿Cómo vas a comprender? Es que va a realizarse un prodigio.
 
CRISTINA: ¿Un prodigio?
 
NORA: Sí, un prodigio. ¡Pero es tan terrible!... Cristina, es preciso que no ocurra tal cosa; no quiero, a ningún precio.
 
CRISTINA: Voy a hablar con Krogstad ahora mismo.
 
NORA: No vayas a verlo; lo pasarías mal.
 
CRISTINA: Hubo un tiempo en que hubiera hecho el mayor sacrificio del mundo por complacerme.
 
NORA: ¿Él?
 
CRISTINA: ¿Dónde vive?
 
NORA: ¡Qué sé yo!... Digo, sí. (Se registra el bolsillo). Aquí está su tarjeta. ¡Pero la carta!...
 
HELMER (Llamando a la puerta que comunica con sus habitaciones): ¡Nora!
Casa de muñecas  henrik ibsen
 
NORA (Lanzando un grito de angustia): ¿Qué ocurre? ¿Qué quieres?
 
HELMER: ¡Vamos, vamos! No te asustes, es que no podemos entrar: has cerrado la puerta. ¿Te estás probando el vestido?
 
NORA: Sí, sí, estoy probándomelo. ¡Voy a estar muy guapa! Torvaldo...
 
CRISTINA (Después de mirar la tarjeta): Vive cerca de aquí, en la esquina de esta calle.
 
NORA: Sí, pero ¿para qué? Estamos perdidos. La carta está en el buzón.
 
CRISTINA: ¿Tiene la llave tu marido? NORA: Siempre.
 
CRISTINA: Krogstad puede reclamar la carta antes que sea leída, inventando un pretexto cualquiera.
 
NORA: Pero es precisamente la hora en que Torvaldo acostumbra...
 
CRISTINA: Entretanto, anda a su habitación. Yo volveré todo lo antes que pueda. (Sale precipitadamente por la puerta del vestíbulo).
 
 



 

 

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