PM SESSION
23/09/21
ACTIVIDAD. ASIGNACIONES DIARIAS Q1
Lee el Final de "Casa de muñecas" y escribe un comentario breve, con por lo menos 2 citas relevantes, en las cuales se muestre la perspectiva feminista en la obra.
NORA: Dices bien; no me comprendes. Ni yo tampoco te he comprendido a ti hasta... esta noche. No me interrumpas. Oye lo que te digo... Tenemos que ajustar nuestras cuentas.
HELMER: ¿En qué sentido?
NORA (Después de una pausa): Estamos frente a frente. ¿No te llama la atención algo?
HELMER: ¿Qué quieres decir?
NORA: Hace ocho años que nos casamos. Piensa un momento: ¿no es ahora la primera vez que nosotros dos, marido y mujer, hablamos a solas seriamente?
HELMER: Seriamente, sí... pero ¿qué?
NORA: Ocho años han pasado... y más todavía desde que nos conocemos, y jamás se ha cruzado entre nosotros una palabra seria respecto de un asunto grave.
HELMER: ¿Iba a hacerte partícipe de mis preocupaciones, si no podías quitármelas?
NORA: No hablo de preocupaciones. Lo que quiero decir es que jamás hemos tratado de mirar en común al fondo de las cosas.
HELMER: Pero veamos, querida Nora, ¿era esa preocupación apropiada para ti?
NORA: ¡Este es precisamente el caso! Tú no me has comprendido nunca... Han sido muy injustos conmigo, papá primero, y tú después.
HELMER: ¿Qué? ¡Nosotros dos!... Pero ¿hay alguien que te haya amado más que nosotros?
NORA (Moviendo la cabeza): Jamás me amaron. Les parecía agradable estar en adoración delante de mi, ni más ni menos.
HELMER: Vamos a ver, Nora, ¿qué significa este lenguaje?
NORA: Lo que te digo, Torvaldo. Cuando estaba al lado de papá, él me exponía sus ideas, y yo las seguía. Si tenía otras distintas, las ocultaba; por que no le hubiera gustado. Me llamaba su muñequita, y jugaba conmigo como yo con mis muñecas. Después vine a tu casa.
HELMER: Empleas una frase singular para hablar de nuestro matrimonio.
NORA (Sin variar de tono): Quiero decir que de manos de papá pasé a las tuyas. Tú lo arreglaste todo a tu gusto, y yo participaba de tu gusto, o lo daba a entender; no puedo asegurarlo, quizá lo uno y lo otro. Ahora, mirando hacia atrás, me parece que he vivido aquí como los pobres... al día. He vivido de las piruetas que hacía para recrearte, Torvaldo. Eso entraba en tus fines. Tú y papá han sido muy culpables conmigo, y ustedes tienen la culpa de que yo no sirva para nada.
HELMER: Eres incomprensible e ingrata, Nora. ¿No has sido feliz a mi lado?
NORA: ¡No! Creía serlo, pero no lo he sido jamás.
HELMER: ¡Que no... que no has sido feliz!
NORA: No, estaba alegre y nada más. Eras amable conmigo... pero nuestra casa sólo era un salón de recreo. He sido una muñeca grande en tu casa, como fui muñeca en casa de papá. Y nuestros hijos, a su vez, han sido mis muñecas. A mí me hacía gracia verte jugar conmigo, como a los niños les divertía verme jugar con ellos. Esto es lo que ha sido nuestra unión, Torvaldo.
HELMER: Hay algo de cierto en lo que dices... aunque exageras mucho. Pero, en lo sucesivo, cambiará todo. Ha pasado el tiempo de recreo; ahora viene e de la educación.
NORA: ¿La educación de quién? ¿La mía o la de los niños?
HELMER: La tuya y la de los niños, querida Nora.
NORA: ¡Ay! Torvaldo. No eres capaz de educarme, de hacerme la esposa que necesitas
HELMER: ¿Y eres tú quien lo dice?
NORA: Y en cuanto a mí... ¿qué preparación tengo para educar a los niños?
HELMER: ¡Nora!
NORA: ¿No lo has dicho tú hace poco?... ¿No has dicho que es una tarea que no te atreves a confiarme?
HELMER: Lo he dicho en un momento de irritación. ¿Ahora vas a insistir en
eso?
NORA: ¡Dios mío! Lo dijiste claramente: Es una tarea superior a mis fuerzas. Hay otra que debo atender, y quiero pensar, ante todo, en educarme a mí misma. Tú no eres hombre capaz de facilitarme este trabajo, y necesito emprenderlo yo sola. Por eso voy a dejarte.
HELMER (Levantándose de un salto.): ¡Qué! ¿Qué dices?
NORA: Necesito estar sola para estudiarme a mí misma y a cuanto me rodea; así es que no puedo permanecer a tu lado.
HELMER: ¡Nora! ¡Nora!
NORA: Quiero marcharme ya. No me faltará albergue esta noche en casa de Cristina.
HELMER: ¡Has perdido el juicio! No tienes derecho a marcharte. Te lo prohíbo.
NORA: Tú no puedes prohibirme nada de aquí en adelante. Me llevo todo lo mío. De ti no quiero recibir nada ahora ni nunca.
HELMER: Pero ¿qué locura es ésta?
NORA: Mañana salgo para mi país... Allí podré vivir mejor.
HELMER: ¡Qué ciega estás, pobre criatura sin experiencia!
NORA: Ya procuraré adquirir experiencia, Torvaldo.
HELMER: ¡Abandonar tu hogar, tu esposo, tus hijos!... ¿No piensas en lo que se dirá?
NORA: No puedo pensar en esas pequeñeces. Sólo sé que para mí es indispensable.
HELMER: ¡Ah! ¡Es irritante! ¿De modo que traicionarás los deberes más sagrados?
NORA: ¿A qué llamas tú mis deberes más sagrados?
Casa de muñecas henrik ibsen
HELMER: ¿Necesitas que te lo diga? ¿No son tus deberes para con tu marido y tus hijos?
NORA: Tengo otros no menos sagrados.
HELMER: No los tienes. ¿Qué deberes son ésos?
NORA: Mis deberes para conmigo misma.
HELMER: Antes que nada, eres esposa y madre. NORA: No creo ya en eso. Ante todo soy un ser humano con los mismos títulos que tú... o, por lo menos, debo tratar de serlo. Sé que la mayoría de los hombres te darán la razón, Torvaldo, y que esas ideas están impresas en los libros; pero ahora no puedo pensar en lo que dicen los hombres y en lo que se imprime en los libros. Necesito formarme mi idea respecto de esto y procurar darme cuenta de todo.
HELMER: ¡Qué! ¿No comprendes cuál es tu puesto en el hogar? ¿No tienes un guía infalible en estas cuestiones? ¿No tienes la religión?
NORA: ¡Ay! Torvaldo. No sé exactamente qué es la religión.
HELMER: ¿Que no sabes qué es?
NORA: Sólo sé lo que me dijo el pastor Hansen al prepararme para la confirmación. La religión es esto, aquello y lo de más allá. Cuando esté sola y libre, examinaré esa cuestión como una de tantas, y veré si el pastor decía la verdad, o, por lo menos, si lo que me dijo era verdad respecto de mí.
HELMER: ¡Oh! ¡Es inaudito en una mujer tan joven! Pero si no puede guiarte la religión, déjame al menos sondear tu conciencia. Porque ¿supongo que tendrás al menos sentido moral? ¿O es que tampoco tienes eso? Responde.
NORA: ¿Qué quieres, Torvaldo? Me es difícil contestarte. Lo ignoro. No veo claro nada de eso. No sé más que una cosa y es que mis ideas son completamente distintas de las tuyas; que las leyes no son las que yo creía, y, en cuanto a que esas leyes sean justas, no me cabe en la cabeza. ¡No tener derecho una mujer a evitar una preocupación a su padre anciano y moribundo, ni a salvar la vida a su esposo! ¡Eso no es posible!
Casa de muñecas henrik ibsen
HELMER: Hablas como chiquilla. No comprendes a la sociedad de que formas parte.
NORA: No, no comprendo nada; pero quiero comprenderlo y averiguar de parte de quién está la razón: si de la sociedad o de mí.
HELMER: Tú estás enferma, tienes fiebre, y hasta casi creo que no estás en tu juicio.
NORA: Por lo contrario, esta noche estoy más despejada y segura de mí que nunca.
HELMER: ¿Y con esa seguridad y esa lucidez abandonas a tu marido y a tus
hijos?
NORA: Sí.
HELMER: Eso no tiene más que una explicación.
NORA: ¿Qué explicación?
HELMER: ¡Ya no me amas!
NORA: Así es; en efecto, ésa es la razón de todo.
HELMER: ¡Nora!... ¿Y me lo dices?
NORA: Lo siento, Torvaldo, porque has sido siempre muy bueno conmigo... Pero ¿qué he de hacerle? No te amo ya.
HELMER (Esforzándose por permanecer sereno): De eso, por supuesto, ¿también estás completamente convencida?
NORA: Absolutamente. Y por eso no quiero estar más aquí. HELMER: ¿Y puedes explicarme cómo he perdido tu amor?
NORA: Muy sencillo. Ha sido esta misma noche, al ver que no se realizaba el prodigio esperado. Entonces he comprendido que no eras el hombre que yo creía.
HELMER: Explícate. No entiendo...
Casa de muñecas henrik ibsen
NORA: Durante ocho años he esperado con paciencia, porque sabía de sobra, Dios mío, que los prodigios no son cosas que ocurren diariamente. Llegó al fin el momento de angustia, y me dije con certidumbre: ahora va a realizarse el prodigio. Mientras la carta de Krogstad estuvo en el buzón, no creí ni por un momento que pudieras doblegarte a las exigencias de ese hombre, sino qué, por lo contrario, le dirías: “Dígaselo a todo el mundo”. Y cuando eso hubiera ocurrido...
HELMER: ¡Ah, sí!... ¿Cuando yo hubiera entregado a mi esposa a la vergüenza y al menosprecio...?
NORA: Cuando eso hubiera ocurrido, yo estaba completamente segura de que responderías a todo diciendo: “Yo soy culpable”.
HELMER: ¡Nora!
NORA: Vas a decir que yo no hubiera aceptado semejante sacrificio. Es cierto. Pero ¿de qué hubiese servido mi afirmación al lado de la tuya?... ¡Pues bien!, ése era el prodigio que esperaba con terror, y, para evitarlo, iba a morir.
HELMER: Nora, con placer hubiese trabajado por ti día y noche, y hubiese soportado toda clase de privaciones y de penalidades; pero no hay nadie que sacrifique su honor por el ser amado. NORA: Lo han hecho millares de mujeres.
HELMER: ¡Eh! Piensas como una niña, y hablas del mismo modo.
NORA: Es posible, pero tú no piensas ni hablas como el hombre a quien yo puedo seguir. Ya tranquilizado, no en cuanto al peligro que me amenazaba, sino al que corrías tú... todo lo olvidaste, y vuelvo a ser tu avecilla cantora, la muñequita que estabas dispuesto a llevar en brazos como antes, y con más precauciones que nunca al descubrir que soy más frágil. (Levantándose). Escucha, Torvaldo: en aquel momento me pareció que había vivido ocho años en esta casa con un extraño, y que había tenido tres hijos con él... ¡Ah! ¡No quiero pensarlo siquiera! Tengo tentación de desgarrarme a mí misma en mil pedazos.
HELMER (Sordamente): Lo comprendo; el hecho es indudable. Se ha abierto entre nosotros un abismo. Pero di si no puede repararse, Nora.
NORA: Como yo soy ahora, no puedo ser tu esposa.
HELMER: Yo puedo transformarme.
NORA: Quizá... si te quitan tu muñeca.
HELMER: ¡Separarse... separarse de ti! No, no, Nora, no puedo resignarme a la separación.
NORA (Dirigiéndose hacia la puerta de la derecha): Razón de más para concluir. (Se va y vuelve con el abrigo, el sombrero y una pequeña maleta de viaje, que deja sobre una silla cerca de la mesa).
HELMER: Nora, todavía no, todavía no. Espera a mañana.
NORA (Poniéndose el abrigo): No puedo pasar la noche bajo el techo de un extraño.
HELMER: ¿Pero no podemos seguir viviendo juntos como hermanos?
NORA (Poniéndose el sombrero): Semejante tipo de vida no duraría mucho. (Poniéndose el chal sobre los hombros). Adiós, Torvaldo. No quiero ver a los niños. Sé que están en mejores manos que las mías. En mi situación actual... no puedo ser una madre para ellos.
HELMER: Pero ¿algún día, Nora... un día?
NORA: Nada puedo decirte, porque ignoro lo que será de mí.
HELMER: Pero sea como sea, eres mi esposa.
NORA: Cuando una mujer abandona el domicilio conyugal, como yo lo abandono, las leyes, según dicen, eximen al marido de toda obligación con respecto a ella. De cualquier modo te eximo, porque no es justo que tú quedes encadenado, no estándolo yo. Absoluta libertad por ambas partes. Toma, aquí tienes tu anillo. Devuélveme el mío.
HELMER: ¿También eso?
NORA: Sí.
HELMER: Toma.
NORA: Gracias. Ahora todo ha concluido. Ahí dejo las llaves. En lo que respecta a la casa, la doncella está enterada de todo... mejor que yo. Mañana, después de mi marcha, vendrá Cristina a guardar en un baúl cuanto traje al venir aquí, pues deseo que se me envíe.
HELMER: ¡Todo ha concluido! ¿No pensarás en mí jamás, Nora?
NORA: Seguramente que pensaré con frecuencia en ti y en los niños y en la
casa.
HELMER: ¿Puedo escribirte, Nora?
NORA: ¡No, jamás! Te lo prohíbo.
HELMER: ¡Oh! Pero puedo enviarte...
NORA: Nada, nada.
HELMER: Ayudarte, si lo necesitas.
NORA: ¡No! No puedo aceptar nada de un extraño.
HELMER: Nora... ¿ya no seré más que un extraño para ti?
NORA (Tomando la maleta de viaje): ¡Ah! Torvaldo. Se necesitaría que se realizara el mayor de los milagros.
HELMER: Di cuál.
NORA: Necesitaríamos transformarnos los dos hasta el extremo de... ¡Ay! Torvaldo. No creo ya en milagros.
HELMER: Pues yo sí quiero creer. Di: ¿deberíamos transformarnos los dos hasta el extremo de...?
NORA: Hasta el extremo de que nuestra unión fuera un verdadero matrimonio. ¡Adiós! (Se oye cerrar la puerta de la casa).
HELMER (Dejándose caer en una silla cerca de la puerta y ocultándose el rostro con las manos): ¡Nora, Nora! (Levanta la cabeza y mira en derredor suyo). ¡Se ha ido! ¡No verla más!... (Con vislumbre de esperanza.). ¡El mayor de los milagros! (Se va).
FIN.
