jueves, 23 de septiembre de 2021

LA DECISION DE NORA

PM SESSION

23/09/21

ACTIVIDAD.  ASIGNACIONES DIARIAS Q1

Lee el Final de "Casa de muñecas" y escribe un comentario breve, con por lo menos  2 citas relevantes, en las cuales se muestre la perspectiva feminista en la obra.  

 

NORA: Dices bien; no me comprendes. Ni yo tampoco te he comprendido a ti hasta... esta noche. No me interrumpas. Oye lo que te digo... Tenemos que ajustar nuestras cuentas.
 
HELMER: ¿En qué sentido?
 
NORA (Después de una pausa): Estamos frente a frente. ¿No te llama la atención algo?
 
HELMER: ¿Qué quieres decir?
 
NORA: Hace ocho años que nos casamos. Piensa un momento: ¿no es ahora la primera vez que nosotros dos, marido y mujer, hablamos a solas seriamente?
 
HELMER: Seriamente, sí... pero ¿qué?
 
NORA: Ocho años han pasado... y más todavía desde que nos conocemos, y jamás se ha cruzado entre nosotros una palabra seria respecto de un asunto grave.
 
HELMER: ¿Iba a hacerte partícipe de mis preocupaciones, si no podías quitármelas?
 
NORA: No hablo de preocupaciones. Lo que quiero decir es que jamás hemos tratado de mirar en común al fondo de las cosas.
 
HELMER: Pero veamos, querida Nora, ¿era esa preocupación apropiada para ti?
 
NORA: ¡Este es precisamente el caso! Tú no me has comprendido nunca... Han sido muy injustos conmigo, papá primero, y tú después.
 
HELMER: ¿Qué? ¡Nosotros dos!... Pero ¿hay alguien que te haya amado más que nosotros?
 
NORA (Moviendo la cabeza): Jamás me amaron. Les parecía agradable estar en adoración delante de mi, ni más ni menos.
 
HELMER: Vamos a ver, Nora, ¿qué significa este lenguaje?
 
NORA: Lo que te digo, Torvaldo. Cuando estaba al lado de papá, él me exponía sus ideas, y yo las seguía. Si tenía otras distintas, las ocultaba; por que no le hubiera gustado. Me llamaba su muñequita, y jugaba conmigo como yo con mis muñecas. Después vine a tu casa.
 
HELMER: Empleas una frase singular para hablar de nuestro matrimonio.
 
NORA (Sin variar de tono): Quiero decir que de manos de papá pasé a las tuyas. Tú lo arreglaste todo a tu gusto, y yo participaba de tu gusto, o lo daba a entender; no puedo asegurarlo, quizá lo uno y lo otro. Ahora, mirando hacia atrás, me parece que he vivido aquí como los pobres... al día. He vivido de las piruetas que hacía para recrearte, Torvaldo. Eso entraba en tus fines. Tú y papá han sido muy culpables conmigo, y ustedes tienen la culpa de que yo no sirva para nada.
 
HELMER: Eres incomprensible e ingrata, Nora. ¿No has sido feliz a mi lado?
 
NORA: ¡No! Creía serlo, pero no lo he sido jamás.
 
HELMER: ¡Que no... que no has sido feliz!
 
NORA: No, estaba alegre y nada más. Eras amable conmigo... pero nuestra casa sólo era un salón de recreo. He sido una muñeca grande en tu casa, como fui muñeca en casa de papá. Y nuestros hijos, a su vez, han sido mis muñecas. A mí me hacía gracia verte jugar conmigo, como a los niños les divertía verme jugar con ellos. Esto es lo que ha sido nuestra unión, Torvaldo.
 
HELMER: Hay algo de cierto en lo que dices... aunque exageras mucho. Pero, en lo sucesivo, cambiará todo. Ha pasado el tiempo de recreo; ahora viene e de la educación.
 
NORA: ¿La educación de quién? ¿La mía o la de los niños?
 
HELMER: La tuya y la de los niños, querida Nora.
 
NORA: ¡Ay! Torvaldo. No eres capaz de educarme, de hacerme la esposa que necesitas
 
HELMER: ¿Y eres tú quien lo dice?
 
NORA: Y en cuanto a mí... ¿qué preparación tengo para educar a los niños?
 
HELMER: ¡Nora!
 
NORA: ¿No lo has dicho tú hace poco?... ¿No has dicho que es una tarea que no te atreves a confiarme?
 
HELMER: Lo he dicho en un momento de irritación. ¿Ahora vas a insistir en
eso?
 
NORA: ¡Dios mío! Lo dijiste claramente: Es una tarea superior a mis fuerzas. Hay otra que debo atender, y quiero pensar, ante todo, en educarme a mí misma. Tú no eres hombre capaz de facilitarme este trabajo, y necesito emprenderlo yo sola. Por eso voy a dejarte.
 
HELMER (Levantándose de un salto.): ¡Qué! ¿Qué dices?
 
NORA: Necesito estar sola para estudiarme a mí misma y a cuanto me rodea; así es que no puedo permanecer a tu lado.
 
HELMER: ¡Nora! ¡Nora! 

NORA: Quiero marcharme ya. No me faltará albergue esta noche en casa de Cristina.
 
HELMER: ¡Has perdido el juicio! No tienes derecho a marcharte. Te lo prohíbo.
 
NORA: Tú no puedes prohibirme nada de aquí en adelante. Me llevo todo lo mío. De ti no quiero recibir nada ahora ni nunca.
 
HELMER: Pero ¿qué locura es ésta?
 
NORA: Mañana salgo para mi país... Allí podré vivir mejor.
 
HELMER: ¡Qué ciega estás, pobre criatura sin experiencia!
 
NORA: Ya procuraré adquirir experiencia, Torvaldo.
 
HELMER: ¡Abandonar tu hogar, tu esposo, tus hijos!... ¿No piensas en lo que se dirá?
 
NORA: No puedo pensar en esas pequeñeces. Sólo sé que para mí es indispensable.
 
HELMER: ¡Ah! ¡Es irritante! ¿De modo que traicionarás los deberes más sagrados?
 
NORA: ¿A qué llamas tú mis deberes más sagrados?
Casa de muñecas  henrik ibsen
 
HELMER: ¿Necesitas que te lo diga? ¿No son tus deberes para con tu marido y tus hijos?
 
NORA: Tengo otros no menos sagrados.
 
HELMER: No los tienes. ¿Qué deberes son ésos?
 
NORA: Mis deberes para conmigo misma.
 
HELMER: Antes que nada, eres esposa y madre. NORA: No creo ya en eso. Ante todo soy un ser humano con los mismos títulos que tú... o, por lo menos, debo tratar de serlo. Sé que la mayoría de los hombres te darán la razón, Torvaldo, y que esas ideas están impresas en los libros; pero ahora no puedo pensar en lo que dicen los hombres y en lo que se imprime en los libros. Necesito formarme mi idea respecto de esto y procurar darme cuenta de todo.
 
HELMER: ¡Qué! ¿No comprendes cuál es tu puesto en el hogar? ¿No tienes un guía infalible en estas cuestiones? ¿No tienes la religión?
 
NORA: ¡Ay! Torvaldo. No sé exactamente qué es la religión.
 
HELMER: ¿Que no sabes qué es?
 
NORA: Sólo sé lo que me dijo el pastor Hansen al prepararme para la confirmación. La religión es esto, aquello y lo de más allá. Cuando esté sola y libre, examinaré esa cuestión como una de tantas, y veré si el pastor decía la verdad, o, por lo menos, si lo que me dijo era verdad respecto de mí.
 
HELMER: ¡Oh! ¡Es inaudito en una mujer tan joven! Pero si no puede guiarte la religión, déjame al menos sondear tu conciencia. Porque ¿supongo que tendrás al menos sentido moral? ¿O es que tampoco tienes eso? Responde.
 
NORA: ¿Qué quieres, Torvaldo? Me es difícil contestarte. Lo ignoro. No veo claro nada de eso. No sé más que una cosa y es que mis ideas son completamente distintas de las tuyas; que las leyes no son las que yo creía, y, en cuanto a que esas leyes sean justas, no me cabe en la cabeza. ¡No tener derecho una mujer a evitar una preocupación a su padre anciano y moribundo, ni a salvar la vida a su esposo! ¡Eso no es posible!
 
Casa de muñecas  henrik ibsen
HELMER: Hablas como chiquilla. No comprendes a la sociedad de que formas parte.
 
NORA: No, no comprendo nada; pero quiero comprenderlo y averiguar de parte de quién está la razón: si de la sociedad o de mí.
 
HELMER: Tú estás enferma, tienes fiebre, y hasta casi creo que no estás en tu juicio.
 
NORA: Por lo contrario, esta noche estoy más despejada y segura de mí que nunca.
 
HELMER: ¿Y con esa seguridad y esa lucidez abandonas a tu marido y a tus
hijos?
 
NORA: Sí.
 
HELMER: Eso no tiene más que una explicación.
 
NORA: ¿Qué explicación?
 
HELMER: ¡Ya no me amas!
 
NORA: Así es; en efecto, ésa es la razón de todo.
 
HELMER: ¡Nora!... ¿Y me lo dices?
 
NORA: Lo siento, Torvaldo, porque has sido siempre muy bueno conmigo... Pero ¿qué he de hacerle? No te amo ya.
 
HELMER (Esforzándose por permanecer sereno): De eso, por supuesto, ¿también estás completamente convencida?
 
NORA: Absolutamente. Y por eso no quiero estar más aquí. HELMER: ¿Y puedes explicarme cómo he perdido tu amor?
 
NORA: Muy sencillo. Ha sido esta misma noche, al ver que no se realizaba el prodigio esperado. Entonces he comprendido que no eras el hombre que yo creía.
 
HELMER: Explícate. No entiendo...
Casa de muñecas  henrik ibsen
 
NORA: Durante ocho años he esperado con paciencia, porque sabía de sobra, Dios mío, que los prodigios no son cosas que ocurren diariamente. Llegó al fin el momento de angustia, y me dije con certidumbre: ahora va a realizarse el prodigio. Mientras la carta de Krogstad estuvo en el buzón, no creí ni por un momento que pudieras doblegarte a las exigencias de ese hombre, sino qué, por lo contrario, le dirías: “Dígaselo a todo el mundo”. Y cuando eso hubiera ocurrido...
 
HELMER: ¡Ah, sí!... ¿Cuando yo hubiera entregado a mi esposa a la vergüenza y al menosprecio...?
 
NORA: Cuando eso hubiera ocurrido, yo estaba completamente segura de que responderías a todo diciendo: “Yo soy culpable”.
 
HELMER: ¡Nora!
 
NORA: Vas a decir que yo no hubiera aceptado semejante sacrificio. Es cierto. Pero ¿de qué hubiese servido mi afirmación al lado de la tuya?... ¡Pues bien!, ése era el prodigio que esperaba con terror, y, para evitarlo, iba a morir.
 
HELMER: Nora, con placer hubiese trabajado por ti día y noche, y hubiese soportado toda clase de privaciones y de penalidades; pero no hay nadie que sacrifique su honor por el ser amado. NORA: Lo han hecho millares de mujeres.
 
HELMER: ¡Eh! Piensas como una niña, y hablas del mismo modo.
 
NORA: Es posible, pero tú no piensas ni hablas como el hombre a quien yo puedo seguir. Ya tranquilizado, no en cuanto al peligro que me amenazaba, sino al que corrías tú... todo lo olvidaste, y vuelvo a ser tu avecilla cantora, la muñequita que estabas dispuesto a llevar en brazos como antes, y con más precauciones que nunca al descubrir que soy más frágil. (Levantándose). Escucha, Torvaldo: en aquel momento me pareció que había vivido ocho años en esta casa con un extraño, y que había tenido tres hijos con él... ¡Ah! ¡No quiero pensarlo siquiera! Tengo tentación de desgarrarme a mí misma en mil pedazos.
 
HELMER (Sordamente): Lo comprendo; el hecho es indudable. Se ha abierto entre nosotros un abismo. Pero di si no puede repararse, Nora.
 
NORA: Como yo soy ahora, no puedo ser tu esposa.
 
HELMER: Yo puedo transformarme.
 
NORA: Quizá... si te quitan tu muñeca.
 
HELMER: ¡Separarse... separarse de ti! No, no, Nora, no puedo resignarme a la separación.
 
NORA (Dirigiéndose hacia la puerta de la derecha): Razón de más para concluir. (Se va y vuelve con el abrigo, el sombrero y una pequeña maleta de viaje, que deja sobre una silla cerca de la mesa).
 
HELMER: Nora, todavía no, todavía no. Espera a mañana.
 
NORA (Poniéndose el abrigo): No puedo pasar la noche bajo el techo de un extraño.
 
HELMER: ¿Pero no podemos seguir viviendo juntos como hermanos?
 
NORA (Poniéndose el sombrero): Semejante tipo de vida no duraría mucho. (Poniéndose el chal sobre los hombros). Adiós, Torvaldo. No quiero ver a los niños. Sé que están en mejores manos que las mías. En mi situación actual... no puedo ser una madre para ellos.
 
HELMER: Pero ¿algún día, Nora... un día?
 
NORA: Nada puedo decirte, porque ignoro lo que será de mí.
 
HELMER: Pero sea como sea, eres mi esposa.
 
NORA: Cuando una mujer abandona el domicilio conyugal, como yo lo abandono, las leyes, según dicen, eximen al marido de toda obligación con respecto a ella. De cualquier modo te eximo, porque no es justo que tú quedes encadenado, no estándolo yo. Absoluta libertad por ambas partes. Toma, aquí tienes tu anillo. Devuélveme el mío.
 
HELMER: ¿También eso?
 
NORA: Sí.
 
HELMER: Toma.
 
NORA: Gracias. Ahora todo ha concluido. Ahí dejo las llaves. En lo que respecta a la casa, la doncella está enterada de todo... mejor que yo. Mañana, después de mi marcha, vendrá Cristina a guardar en un baúl cuanto traje al venir aquí, pues deseo que se me envíe.
 
HELMER: ¡Todo ha concluido! ¿No pensarás en mí jamás, Nora?
 
NORA: Seguramente que pensaré con frecuencia en ti y en los niños y en la
casa.
 
HELMER: ¿Puedo escribirte, Nora?
 
NORA: ¡No, jamás! Te lo prohíbo.
 
HELMER: ¡Oh! Pero puedo enviarte...
 
NORA: Nada, nada.
 
HELMER: Ayudarte, si lo necesitas.
 
NORA: ¡No! No puedo aceptar nada de un extraño.
 
HELMER: Nora... ¿ya no seré más que un extraño para ti?
 
NORA (Tomando la maleta de viaje): ¡Ah! Torvaldo. Se necesitaría que se realizara el mayor de los milagros.
 
HELMER: Di cuál.
 
NORA: Necesitaríamos transformarnos los dos hasta el extremo de... ¡Ay! Torvaldo. No creo ya en milagros.
 
HELMER: Pues yo sí quiero creer. Di: ¿deberíamos transformarnos los dos hasta el extremo de...?
 
NORA: Hasta el extremo de que nuestra unión fuera un verdadero matrimonio. ¡Adiós! (Se oye cerrar la puerta de la casa).
 
HELMER (Dejándose caer en una silla cerca de la puerta y ocultándose el rostro con las manos): ¡Nora, Nora! (Levanta la cabeza y mira en derredor suyo). ¡Se ha ido! ¡No verla más!... (Con vislumbre de esperanza.). ¡El mayor de los milagros! (Se va).
 
 

FIN.

jueves, 16 de septiembre de 2021

"CASA DE MUÑECAS" HERICK IBSEN


 

 ESCENA XI,XII, XIII, XIV Y XV. ACTO I

 "CASA DE MUÑECAS"

 

 

17/09/21

ACTIVIDADES

Lectura de las escenas  indicados 

Discusión y comentarios del Acto 1

Realizan un comentario escrito de al menos 4 párrafos. El comentario debe contener:

 1.- Resumen breve del acto 1

2.- Comentario basado en los conceptos de comunicación y representación


 ESCENA XI. 

Nora - Krogstad

 

NORA (Inquieta y agitada): ¿Usted quiere hablarme?
 
KROGSTAD: Sí, lo deseo.
 
NORA: ¿Hoy?... No estamos todavía a primeros de mes.
 
KROGSTAD: No, estamos en vísperas de Navidad, y de usted depende que estas Navidades le traigan alegrías o penas.
 
NORA: ¿Qué desea? Hoy me es realmente imposible...
 
KROGSTAD: Por ahora no hablaremos de eso. Se trata de una cosa distinta. ¿Puede usted concederme un instante?
 
NORA: Sí... sí... aunque...
 
KROGSTAD: Bien. Cuando estaba yo sentado en el restaurante Olsen, vi pasar a su marido...
 
NORA: ¡Ah!
 
KROGSTAD: Con una señora.
 
NORA: Bueno. ¿Y...?
 
KROGSTAD: ¿Puedo preguntarle algo? Esta señora era la viuda de Linde, ¿no es cierto?
 
NORA: Sí.
 
KROGSTAD: ¿Acaba de llegar de fuera?
 
NORA: Hoy ha llegado.
 
KROGSTAD: ¿Es amiga suya?
 
NORA: Sí... pero no comprendo...
 
KROGSTAD: Yo también la traté en otra época.
 
NORA: Lo sé.
 
KROGSTAD: Está usted enterada. Lo suponía. ¿Entonces me permitirá que le pregunte si la señora de Linde espera obtener un puesto en el Banco?
 
NORA: ¿Cómo se atreve a preguntarme eso, señor Krogstad? ¿Usted, que es un subordinado de mi marido? Pero, ya que me lo pregunta, se lo diré. Sí, la señora de Linde tendrá un empleo en el Banco, y lo tendrá gracias a mí, señor Krogstad. Ahora ya lo sabe usted.
 
KROGSTAD: Acerté, pues.
 
NORA (Paseando): ¡Eh! Una tiene alguna influencia y el ser mujer no quiere decir que... Cuando se ocupa una situación subalterna, señor Krogstad, habría que cuidarse para no herir a una persona que... ¡ejem!...
 
KROGSTAD: ¿Que tiene influencia?
 
NORA: Sí, señor.
 
KROGSTAD (Cambiando de tono): Señora, ¿tendría usted la bondad de usar su influencia en mi favor?
 
NORA: ¿Cómo? ¿Qué quiere decir?
 
KROGSTAD: ¿Querría tener la bondad de influir para que se me conserve mi modesto puesto en el Banco?
 
NORA: ¿Qué quiere usted decir? ¿Quién piensa en quitarle el empleo?
 
KROGSTAD: ¡Oh! Es inútil el disimulo. Comprendo muy bien que a su amiga no le agrade encontrarse conmigo, y ahora sé a quién debo mi cesantía...
 
NORA: Le aseguro a usted...
 
KROGSTAD: En fin, dos palabras: todavía es tiempo, y le aconsejo que use de su influencia para impedirlo.
 
NORA: Yo no tengo ninguna influencia, señor Krogstad.
 
KROGSTAD: ¿Cómo? Hace un momento decía lo contrario...
 
NORA: ¿Cómo puede usted creer que yo tenga semejante poder sobre mi marido?
 
KROGSTAD: ¡Oh! Conozco a su marido desde que estudiamos juntos, y no creo que el señor director del Banco sea más enérgico que otros hombres casados.
 
NORA: Si habla usted despreciativamente de mi marido, lo pongo en la puerta.
 
KROGSTAD: Es valiente usted.
Casa de muñecas  henrik ibsen
 
NORA: No le temo. Después de Año Nuevo me veré libre de usted.
 
KROGSTAD (Dominándose): Oiga bien, señora. Si es necesario, lucharé para conservar mi humilde empleo como si se tratase de una cuestión de vida o muerte.
 
NORA: Y lo es, evidentemente.
 
KROGSTAD: No es sólo por el sueldo; lo importante es otra cosa... que, en fin, voy a decirlo todo. Usted sabe, naturalmente, como todo el mundo, que yo cometí una imprudencia hace ya un buen número de años.
 
NORA: Creo haber oído hablar del asunto.
 
KROGSTAD: La cuestión no pasó a los tribunales; pero me cerró todos los caminos. Entonces emprendí la clase de negocios que usted sabe, porque era forzoso buscar alguna otra cosa, y me atrevo a decir que no he sido peor que otros. Ahora quiero abandonar estos negocios, porque mis hijos crecen y necesito recobrar la mayor consideración que pueda. El empleo del Banco era para mí el primer escalón, y ahora me encuentro con que su esposo pretende hacerme bajar de él para sepultarme nuevamente en el lodo.
 
NORA: Pero, por Dios, señor Krogstad, no puedo ayudarlo.
 
KROGSTAD: Lo que le falta es voluntad; pero tengo medios para obligarla.
 
NORA: ¿Va usted a decirle a mi marido que le debo dinero?
 
KROGSTAD: ¡Caramba! ¿Y si lo hiciera?
 
NORA: Sería una infamia. (Con voz llorosa). Ese secreto que es mi alegría y mi orgullo... Saberlo él de una manera tan villana... por usted. Me expondría a los mayores disgustos...
 
KROGSTAD: ¿Disgustos nada más?
 
NORA (Con viveza): O, si no, hágalo usted; usted perderá más, porque así sabrá mi marido qué clase de hombre es usted, y seguramente le dejará cesante.
 
KROGSTAD: Acabo de preguntar si no son más que disgustos domésticos los que usted teme.
Casa de muñecas  henrik ibsen
 
NORA: Si mi marido lo sabe, pagar, naturalmente, enseguida, y nos veremos libres de usted.
 
KROGSTAD (Dando un paso hacia ella): Oiga, señora... O usted no tiene memoria o apenas conoce los negocios, y es necesario que la ponga al corriente.
 
NORA: ¿De qué?
 
KROGSTAD: Cuando su esposo se encontraba enfermo, me pidió usted un préstamo de mil doscientos escudos.
 
NORA: No conocía a nadie más.
 
KROGSTAD: Yo le prometí proporcionarle el dinero.
 
NORA: Y me lo proporcionó.
 
KROGSTAD: Prometí proporcionárselo con ciertas condiciones; pero entonces estaba usted tan preocupada con la enfermedad de su esposo, y tan impaciente por tener el dinero para el viaje, que creo no se fijó mucho en los pormenores, y no debe extrañarle que se los recuerde. Pues bien, yo prometí proporcionarle el dinero mediante un recibo que escribí.
 
NORA: Sí, y que firmé.
 
KROGSTAD: Bien; pero más abajo añadí algunas líneas, según las cuales su padre garantizaba el pago. Esas líneas debía firmarlas él.
 
NORA: ¿Debía, dice? Lo hizo.
 
KROGSTAD: Yo dejé la fecha en blanco, lo cual significaba que su padre debía poner la fecha de la firma. ¿Se acuerda de eso?
 
NORA: Sí, creo, efectivamente...
 
KROGSTAD: Después entregué a usted el recibo para que lo enviara a su padre por correo. ¿No fue así?
 
NORA: Así fue.
 
Casa de muñecas  henrik ibsen
KROGSTAD: Como es de suponer, lo hizo usted enseguida, porque a los cinco o seis días me devolvió el pagaré con la firma de su padre, y entonces recibió usted el préstamo.
 
NORA: ¡Bueno, sí! ¿No he ido pagando puntualmente?
 
KROGSTAD: Con poca diferencia. Pero volviendo a lo que decíamos... aquéllos eran seguramente malos tiempos para usted, señora.
 
NORA: Sí, es verdad.
 
KROGSTAD: Creo que su padre estaba muy enfermo.
 
NORA: Moribundo.
 
KROGSTAD: ¿Murió poco después?
 
NORA: Si, señor.
 
KROGSTAD: Dígame, señora, ¿se acuerda usted por casualidad de la fecha de muerte de su padre?
 
NORA: Papá murió el 29 de septiembre.
 
KROGSTAD: Cierto. Me preocupé de averiguarlo. Y por eso no me explico (saca un papel del bolsillo)... cierta particularidad.
 
NORA: ¿Qué particularidad?
 
KROGSTAD: Lo que hay de particular, señora, es que su padre firmó el recibo tres días después de morir. (Nora guarda silencio). ¿Puede usted explicarme esto? (Nora sigue callando). Es también evidente que las palabras dos de octubre y el año no son de letra de su padre, sino de una letra que creo conocer. En fin, eso puede explicarse. Su padre se olvidaría de fechar y lo haría cualquiera antes de saber su muerte. La cosa no es muy grave, porque lo esencial es la firma. ¿Es auténtica realmente, verdad, señora? ¿Su padre fue el que escribió allí su propio nombre?
 
NORA (Después de un corto silencio levanta la cabeza y lo mira provocativamente): No, no fue él. Fui yo la que escribí el nombre de papá.
  
KROGSTAD: ¿Usted comprende bien toda la gravedad de esa confesión?
 
NORA: ¿Por qué? Dentro de poco tendrá usted su dinero.
 
KROGSTAD: Permítame una pregunta. ¿Por qué no envió usted el recibo a su padre?
 
NORA: Era imposible: ¡estaba tan enfermo! Para pedirle la firma hubiera tenido que declararle el destino del dinero, y en la situación en que se encontraba no podía decirle que estaba amenazada la vida de mi esposo. ¡Era imposible!
 
KROGSTAD: En ese caso hubiera sido preferible desistir del viaje.
 
NORA: ¡Imposible! El viaje era la salvación de mi marido, y no podía renunciar a él.
 
KROGSTAD: Pero ¿usted no comprende el fraude que cometió conmigo?
 
NORA: No podía yo detenerme a reflexionar. ¡Bastante me cuidaba yo de usted, que me era insoportable por la frialdad con que razonaba a pesar de saber que mi marido estaba en peligro!
 
KROGSTAD: Señora, evidentemente usted no tiene una idea muy clara de la responsabilidad en que ha incurrido. Para que lo comprenda, sólo le diré que el hecho que ha acarreado la pérdida de mi posición social no era más criminal que ése.
 
NORA: ¿Usted quiere hacerme creer que ha sido capaz de hacer algo para salvar la vida de su esposa?
 
KROGSTAD: Las leyes no se preocupan de los motivos.
 
NORA: Entonces son bien malas las leyes.
 
KROGSTAD: Malas o no... si presento este papel a la justicia, será usted juzgada según ellas.
 
NORA: Lo dudo mucho. ¿No iba a tener una hija el derecho de ahorrar inquietudes y angustias a su anciano padre moribundo? ¿No iba a tener una esposa el derecho de salvar la vida de su marido? Puede que no conozca a fondo las leyes, pero tengo la seguridad de que en alguna parte se consignará que esas
Casa de muñecas  henrik ibsen
cosas son lícitas en determinadas circunstancias. ¿Y usted, que es abogado, no sabe nada de eso? Me parece poco experto como abogado, señor Krogstad.
 
KROGSTAD: Es posible; pero asuntos como los que tratamos reconocerá usted que los entiendo perfectamente. Y ahora, haga usted lo que guste; pero, si yo resulto arruinado por segunda vez, usted me hará compañía. (Saluda y se va). 


 ESCENA XII. 

Nora - Los niños

 
NORA (Reflexiona un momento; después mueve la cabeza): ¡Bah! ¡Pretendía asustarme! Pero no soy tonta. (Empieza a recoger las prendas de los niños, pero se detiene al cabo de un rato). ¡Sin embargo...! ¡No es posible! Habiéndolo hecho por amor...
 
LOS NIÑOS (En la puerta de la izquierda): Mamá, se ha ido ese señor.
 
NORA: Sí, sí, ya lo sé. Pero no hablen a nadie de ese señor. ¿Escucharon? ¡Ni a papá!
 
LOS NIÑOS: No, mamá. ¿Quieres jugar ahora?
 
NORA: No, no, ahora no.
 
LOS NIÑOS: ¡Ah! Lo habías prometido, mamá.
 
NORA: No puedo. Váyanse: estoy muy ocupada. Vayan, lindos niños. (Los acompaña con cariño y cierra la puerta).
 
 

ESCENA XIII

 Nora - Elena.

 
NORA (Se sienta en el sofá, toma un bordado y da algunas puntadas, pero se detiene enseguida): ¡No! (Deja el bordado, se levanta, va a la puerta de entrada y llama). Elena, tráeme el árbol. (Se acerca a la mesa de la izquierda y abre el cajón). ¡No: es completamente imposible!
 
ELENA (Con el árbol de Navidad): ¿Dónde lo pondremos, señora?
 
NORA: Ahí, en el medio.
 
ELENA: ¿Necesita algo más?
 
NORA: No, gracias; tengo lo que necesito. (Elena se va, después de dejar el árbol. Nora empieza a arreglarlo). Aquí hacen falta luces y aquí flores... ¡Infame hombre! ¡Tonterías! Todo eso no significa nada. Debe quedar bonito el árbol de Navidad. Yo quiero hacer todo lo que tú quieras, Torvaldo; bailaré por complacerte, cantaré... (Entra Helmer con un rollo de papeles debajo del brazo).
 
 

ESCENA XIV. 

Nora - Helmer

 
NORA: ¡Ah!... ¿Estás ahí?
 
HELMER: Sí. ¿Ha venido alguien?
 
NORA: ¿Aquí? No.
 
HELMER: ¡Es raro! He visto salir de casa a Krogstad.
 
NORA: ¡Ah! Sí; Krogstad ha estado aquí un momento.
 
HELMER: Lo adivino, ¿ha venido para suplicarte que hables en su favor?
 
NORA: Sí.
 
HELMER: Y que lo hicieras como cosa tuya, ocultándome que había venido. ¿No te ha pedido eso?
 
NORA: Sí, Torvaldo, pero...
 
HELMER: ¡Nora, Nora! ¿Y has podido actuar así? ¿Entablar conversación con semejante persona y hacerle una promesa? ¡Y, para colmo, mentirme!
 
NORA: ¿Mentir?...
 
HELMER: ¿No me has dicho que no había venido nadie? (La amenaza con el dedo). Eso no lo volverá a hacer mi pajarito cantor, ¿verdad? Las aves cantoras deben tener el pico puro y limpio para gorjear bien... sin desafinar. (La coge de la cintura). ¿No es verdad?... Sí, ya lo sabía yo. (La suelta). Y ni una palabra más respecto de este asunto. (Se sienta delante de la chimenea). ¡Qué bien se está aquí! (Hojea los papeles. Nora sigue adornando el árbol. Pausa).
Casa de muñecas  henrik ibsen
NORA: ¡Torvaldo!
 
HELMER: ¿Sí...?
 
NORA: Me alegro muchísimo de poder ir pasado mañana al baile de trajes de los Stenborg.
 
HELMER: Y yo estoy deseando saber qué sorpresa nos preparas.
 
NORA: ¡Oh! ¡Qué tontería!
 
HELMER: ¿Qué?
 
NORA: No encuentro un traje que valga la pena: todo es insignificante y absurdo.
 
HELMER: ¿Ahora sales con eso, Norita?
 
NORA (Detrás de la butaca, apoyando los codos en el respaldo): ¿Tienes mucho que hacer, Torvaldo?
 
HELMER: ¡Sí...!
 
NORA: ¿Qué papeles son ésos?
 
HELMER: Cosas del Banco.
 
NORA: ¿Ya...?
 
HELMER: He conseguido que los directores salientes me den plenos poderes para hacer todos los cambios necesarios en el personal y en la organización de las oficinas, y pienso dedicar la semana de Navidad a ese trabajo, porque quiero que todo quede arreglado para Año Nuevo.
 
NORA: Entonces, ¿es por eso por lo que el pobre Krogstad...?
 
HELMER: ¡Ejem!...
 
NORA (Pasándole la mano por la cabeza): Si no estuvieses tan ocupado, te pediría un favor muy grande.
 
Casa de muñecas  henrik ibsen
HELMER: Veamos. ¿Qué deseas?
 
NORA: No hay quien tenga tanto gusto como tú. ¡Deseo presentarme bien a ese baile!... Torvaldo, ¿no podrías decidir el traje que llevaré?
 
HELMER: ¡Vaya! La testarudita se declara vencida. NORA: Sí, Torvaldo, no puedo decidir nada sin ti.
 
HELMER: Bien, bien, pensaré, idearé algo.
 
NORA: ¡Ah, qué bueno eres! (Vuelve al árbol de Navidad. Pausa). Pero di, ¿es realmente grave lo que ha hecho Krogstad?
 
HELMER: Ha cometido fraudes. ¿Sabes lo que quiere decir eso?
 
NORA: ¿No ha podido ser impulsado por la miseria?
 
HELMER: Sí, se obra muchas veces por ligereza, y no soy tan cruel que condene sin piedad a una persona por un solo hecho de esta índole.
 
NORA: No, ¿verdad, Torvaldo?
 
HELMER: Más de uno puede regenerarse, a condición de confesar su crimen y de sufrir la pena.
 
NORA: ¿La pena?
 
HELMER: Pero Krogstad no ha seguido ese camino. Ha tratado de salir del paso con astucia y habilidades, y eso es lo que lo ha perdido moralmente.
 
NORA: ¿Crees que...?
 
HELMER: Una persona así, con la conciencia de su crimen, tiene que mentir, disimular a todas horas y enmascararse hasta en el seno de la familia, delante de la esposa y de los hijos. Y eso, cuando se piensa en los hijos, es espantoso.
 
NORA: ¿Por qué?
 
HELMER: Porque semejante atmósfera de mentira contagia con principios malsanos a toda la familia. Cada vez que respiran los hijos absorben gérmenes de mal.
 
NORA (Acercándose a él): ¿Es eso cierto?
 
HELMER: He tenido mil ocasiones de comprobarlo como abogado. Casi todas las personas depravadas han tenido madres mentirosas.
 
NORA: ¿Por qué madres, precisamente?
 
HELMER: Se debe a las madres con más frecuencia, aunque el padre, como es natural, haya obrado lo mismo. Todos los abogados lo saben perfectamente. A pesar de eso, Krogstad ha envenenado a sus hijos durante muchos años, con su atmósfera de mentira y de disimulo, y por eso lo creo moralmente perdido. (Le tiende las manos). Y he ahí por qué mi graciosa Norita ha de prometerme no hablar en favor suyo. Prométamelo. Vamos, ¿qué es eso? La mano. Así. Convenido. Te aseguro que me sería imposible trabajar con él, porque semejantes personas me producen gran malestar físico.
 
NORA (Retira la mano y se coloca en la parte opuesta del árbol): ¡Qué calor hay aquí! Y yo que tengo tanto que hacer...
 
HELMER (Levantándose y recogiendo los papeles): Necesito, repasar esto antes de comer. Después pensaré en tu traje. Es posible que tenga que colgar también alguna cosa en el árbol de Navidad, envuelta en papel dorado. (Poniéndole la mano en la cabeza). ¡Oh! Mi lindo pajarito cantor. (Entra en su despacho y cierra la puerta).
 
 

ESCENA XV. 

Nora - Mariana

 
NORA (En voz baja, después de una pausa): ¡No, no hay tal cosa! ¡Es imposible! ¡Tiene que ser imposible!
 
MARIANA (En la parte de la izquierda): Los niños se empeñan en entrar.
 
NORA: No, no, no, no los deje venir aquí. Vaya con ellos.
 
MARIANA: Está bien, señora. (Sale).
 
NORA (Pálida de terror): ¡Depravar a mis niños!... ¡Envenenar el hogar! (Levanta la cabeza). No es cierto. ¡Es falso! ¡No puede ser cierto!
 

Sr. Borges

martes, 14 de septiembre de 2021

LECTURA DE "CASA DE MUÑECAS"

LECTURA DE "CASA DE MUÑECAS" 

 

 15/09/21

En tu portafolio en el documento de Asignaciones Diarias Q1

 

Con respecto al tema  del estereotipo de los roles del hombre y la mujer realiza un comentario breve utilizando citas del siguiente fragmento.

 

NORA: Naturalmente. Al fin y al cabo, no era más que justicia. Siempre que Torvaldo me daba dinero para mis gastos, sólo invertía la mitad; compraba siempre de lo barato. Es una suerte que todo me quede bien, porque así Torvaldo no ha advertido nada. Pero a veces me es duro, Cristina: ¡halaga tanto ir elegante! ¿No es verdad?  

CRISTINA: ¡Ya lo creo!

NORA: Cuento aún con otros ingresos. El invierno último tuve la suerte de encontrar trabajo: escritos para copiar. Entonces me encerraba y escribía hasta hora muy avanzada de la noche. ¡Oh! Me fatigaba muchísimo; pero era un gusto trabajar para ganar dinero. Casi me parecía que era hombre.

 

viernes, 3 de septiembre de 2021

ANALISIS DEL CUENTO "UN REGALO PARA JULIA"

 03/09/21

1.- Realiza la lectura del cuento "Un regalo para Julia" del escritor venezolano Francisco Massiani

2.- Escribe un comentario literario.  Explica los aspectos de contenido y formales utilizando abundantes referencias al texto. 

Discutir en clase

3.- De qué manera podemos relacionar este cuento con los Conceptos Fundamentales de: 

-Cultura

-Identidad

-Comunicación

-Perspectiva

 

Un regalo para Julia


Francisco Massiani
 
Palabra que no era fácil. Casi todo el mundo regala discos y los pocos discos de moda son tres, cuatro. Julia iba a terminar con la casa llena de discos repetidos. Además tenía sólo veinte bolívares y así no se pueden comprar sino discos o chocolates o alguna inmundicia parecida. Yo nunca le regalaría un talco a Julia. Menos, un muñeco. Tiene una colección de muñecos desbaratados en el cuarto y lo de chocolates, menos, porque sé que Carlos se los comería todos. Carlos, tan perfectamente imbécil como siempre. Lo imagino clarito: oye Julia, dame un poquito.
Uno dice: le regalo un libro. Uno dice: le regalo cualquier cosa. Pero uno no podía regalarle cualquier cosa. ¿Con qué cara? Ayer, anteayer estaba con la cochinada de Carlos, que por cierto: fuaaa, fuaaa, y lo peor es que no tose y a mí en cambio se me salen las tripas. Fuaaa, botaba el humo, y fuaaa estiraba su pata y mataba una hormiga. Se comía un moco. Se estripaba un barro en la nariz, fuaaa, se rascaba la oreja, y después escupía el humo por los ojos, por la nariz, por la boca, por todos lados. Porque lo hace. Juro que sabe fumar. Es verdad. Fuma mejor que nadie. Y entonces te mira y dice: si llego a ser novio de Julia. Pero lo juré. Dije: por Dios santo que no se lo digo, y eso, ¿no?, así que nada, nada. No puedo decirlo. Pero en todo caso cuento que Carlos me dijo que si Julia llegaba a ser su novia, la metía en la bañera, la llenaba de jabón y le hacía esa porquería que juré que no se lo decía a nadie. Lo peor es [42] que yo vengo y salgo y voy a casa de Julia, porque algo tenía que hacer, ¿no?, y llega Julia y me dice así mismito:

-¿Qué vienes a hacer aquí? Quedé tieso. Después me dice: -Pasa.
Y pasé. Y después de que pasé me senté y ella puso un disco. Siempre que alguien llega a su casa pone un disco. Después te saluda, te mira, da tres pasos de última moda y después se echa en el sillón, tipo bandida de cine mexicano. Cine mexicano, cine mexicano... ajá:
-Oye -le digo-. Oye Julia, ¿qué tal te cae Carlos? 
-¿Carlos?
-Sí, Carlos.
-¿Por qué? -cogió una revista de mujeres y modas y eso. Yo me puse a darle tambor a la mesa. Creo que pasamos como un minuto así. Me dijo:
-¿Quieres Cocacola?
Yo no le respondí. Seguí tocando tambor en la mesa. No le respondí porque me molestó que se olvidara que le había hablado de Carlos, que se hiciera la loca con la pregunta que muy bien sabía que yo se la hacía por un montón de cosas que ella sabía muy bien que yo sabía. O sea eso. O sea nada, supongo que se entiende, ¿no? Bueno. Me vuelve a preguntar:
-¿Quieres Cocacola?
Y yo:
-Te pregunté por Carlos.
-No me acuerdo -dijo.
-Yo sí -le dije-. Y muy bien.
-Bueno. ¿Qué cosa? -dijo.
-Eso que tú sabes -te dije.
-Yo no sé nada, Juan -me dijo. Y cuando la miré estaba viendo la revista. 
-Bueno, Julia. -Yo tenía que hacer algo. Sabía que tenla que hacer algo-. Oye: imagínate que Carlos te regala el disco que estamos oyendo.
-¿Qué cosa?
-El disco.
-¿Qué disco?
-Nada -le dije.
Nunca lo entienden a uno. Yo seguí tocando el tambor y ella se levantó del sofá, dio un brinquito, se pasó la mano por el pelo y me preguntó:
-¿Qué dijiste de Carlos?
Nunca. Nunca entiende. Yo le dije que nada, que se sentara, y ella me sonrió y se sentó. Cuando se sentó, me sonrió. Cuando eso pasa, cuando me sonríe, entonces yo aprovecho para verle la boquita, esos dos gajitos de naranja, porque es así: tiene dos gajitos de naranja, y sé por ejemplo que el labio de arriba, cuando se separa del de abajo, parece que le diera miedo dejarlo solo, y entonces tiembla un poquito, no mucho, un poquito solamente y entonces se le acerca y lo acompaña un poco y entonces entre los dos gajitos sale como un juguito que le mancha un poco las arruguitas de los labios y entonces yo siento un marco y algo como un chicle entre las muelas y ella se me queda mirando y me dice:
-¿Qué te pasa?
Y despierto. Sé que nunca sería capaz de agarrarle la mano, nunca. Pero sabía, estaba convencido, como nunca, que tenía que hacer algo. Así que seguí tocando tambor a ver si me venía algo a la cabeza. Nada. Seguía tocando tambor. Nada. Seguía tocando y tambor y tambor y ella y tambor y nada. De repente ella me dice:
-Tengo un vestido para mañana que es una maravilla. Yo digo: 
-Qué bueno.
Y ella dice:
-Es algo que te deja desmayado. Y yo sigo:
-Qué bueno.
Y ella:
-Lo ves y te mueres. Es de locura.

Y yo seguía con el tambor. Eso lo cuento para que vean. Bueno. En eso pasó la hermana, después una de las sirvientas de las diez sirvientas que tienen en su casa y después, un rato después, vengo y le digo:
-Julia -ni sabía lo que iba a decir-, dime una cosa: si yo te regalara ese disco y Carlos el otro, ¿cuál pondrías más en el día?
Se me quedó mirando con mirada matemática de raíz cuadrada, y me dijo:
-Éste. El que estamos oyendo.
Yo entonces estiré las piernas, la miré, le eché una sonrisita y seguí tocando tambor, pero palabra que me costaba tocar tambor, porque lo que provocaba era salir gritando y llamar al cochinada de Carlos y decirle: mira Carlos, pendejo, nunca vas a hacerle esa cochinada porque Julia y yo, ¿no?, pero justo cuando se estaba acabando el disco me dijo:
-¿Qué fue lo que me preguntaste?
Palabra que no es mentira. Se lo repetí y ella me sonrió. Y me dijo:
-Qué salvaje eres.
Nunca la he entendido. Me imaginé que debía sonreírme y me sonreí. Después me dijo:
-Lo pondría todos los días si me gustaba.
-¿Qué cosa? -Yo comenzaba a olvidar todo el plan, todo lo que tenía en la cabeza se me reventó, ya nada,  juro que yo no entendía a nadie, que estaba loco, tan loco que dije:
-Julia. Quiero que mañana vayas a la fuente de soda de la esquina porque quiero darte un regalo especial.
Ella preguntando cosas hasta que por fin aceptó y a las tres y media era la cosa. O sea que a las tres y media nos íbamos a encontrar en la fuente de soda. Así fue que salió lo del regalo. Por eso lo conté.

Total que hoy vengo y cogí lo que me dio mamá y salí a la calle. Me metí en todos lados. Vi todas las vitrinas. Entré en todas las tiendas y ni sabía qué podía regalarle. Pero no soy tan imbécil: si le dije que el regalo era especial por nada del mundo le doy cualquier cosa. Eso era lo que pensaba cuando estaba mirando el conejo. Porque en una de ésas vi un conejo. Ustedes lo han visto. Está por ahí, en una de esas tiendas de Sabana Grande, y es un conejo blanco. Es un conejo más grande que un caballo y mueve las orejas y tiene los ojos rojos. Por cierto que me acordé del profesor Jaime, porque el profesor Jaime tenía siempre los ojos rojos. Por cierto que el profesor Jaime era un gran tipo, y cada vez que me acuerdo de él tengo una vaina con Carlos. Porque sé que Carlos es el cochinada típico que le pone tachuelas a profesores como el señor Jaime. Cuando estaba mirando el conejo, me juré que si alguna vez Carlos tocaba el oso de mi hermanita, que también tiene los ojos rojos, lo agarraba por las patas, lo batía contra el árbol y lo volvía una cochinada. Porque es lo que merece. Juro que si alguna vez Carlos se burla del oso, lo machaco, lo aplasto, le martillo los dedos y lo reviento. Eso es lo que merece. Total que estaba viendo el conejo y ¡ah! nada: un pollo, Dios mío, ¿cómo no se me había ocurrido? Un pollito, chiquito, metido en una caja, y ella mirando el pollo, y jugando [46] con su pollo todos los días, y dándole de comer, y así tú puedes preguntarle por el pollo y tienes algo de qué hablar y es algo especial, es un regalo único, anda, apúrate, y salí disparado a Canilandia. Creo que se llama así: Canilandia. Y está en una callecita que se mete de Sabana Grande a la avenida Casanova. Bueno. Y entré y el señor me regaló el pollo. Ni siquiera aceptó que yo se lo comprara. Bueno.

Me fui a la fuente de soda. Cuando llegué pedí una merengada. Eso fue lo que pedí. Y ahí estuve. ¡Ajo! Estaba cansado. Hay que ver, corriendo, el sol, el pollo, y lo peor es que no podía correr mucho. Pero ahí estaba.
Bueno. Pedí una merengada de chocolate. Ya van a ver. Pido la merengada. Es para quedarse en casa. Francamente: pido la merengada y el imbécil del mozo viene y se queda mirando a la caja. Claro que la caja se movía, ¿no?, pero por eso no tenía que poner cara de imbécil y quedarse mirando y mirando y decirme, porque me lo dijo:
-¿Y eso?
Tuve que decírselo:
-Un regalo.
-¿Un regalo? -se sonreía con los dientes puercamente llenos de oro. -Un regalo.
-¿Y por qué se mueve?
-Porque adentro hay un pollo -digo.
-Ah, ¿sí? ¿Un pollo?
-Sí. Eso. Un pollo.
-Qué bien -dijo el tipo. Que si qué bien. Qué tipo, francamente.
Bueno. La verdad es que no sé por qué cuento lo del mozo. Lo que sí es que ya estaba poniéndome nervioso porque Julia no llegaba y eran más de las tres y media. [47] Ya como a las cuatro, dejé la caja con la copa encima y llamé a casa de Julia. Como estaba pendiente de la caja, o sea, pensando en que a lo mejor el pollo se ponía histérico y pateaba y se armaba el relajo, estuve como media hora sin responderle a la mamá. La mamá:
-¿Aló? ¿aló? ¿aló? ¿aló?
Bueno. Por fin le pregunté por Julia. -No está, Juan -me dijo-. ¿Eres tú, no? -Sí. Soy yo, señora.
-Ayer vi a tu mamá. ¿Cómo estás? -Ah, bueno...

-Me dijo que no estudiabas casi nada.
-Un poco.
-Tienes que estudiar.
-Sí, señora -palabra que eso era lo que me decía. No miento. Siguió así: -...y portarte muy bien, mira que ya eres un hombrecito.
-Sí, señora.
-Bueno. Tú vienes al cumpleaños, ¿no?
-Sí, señora.
-Julia está como loca... ya no sabe qué hacer. Bueno, Juan. Saludos por tu casa. -Gracias, señora.
-Adiós.
-Adiós, señora.
¿Ven? Y la caja y la copa y el mozo y Julia no llega y la vieja: es para volverse loco. Palabra. Estuve apunto de tirar el teléfono. Y lo peor es que no he terminado: apenas me siento se me acerca de nuevo el mozo. ¡Qué tipo más imbécil! Me dice:
-¿Y para quién es el regalo?
Juré que si me seguía haciendo preguntas que a ti no te importan te tiro la copa desgraciado. Eso es lo que pensaba. Y dale con el regalo. Menos mal que alguien [48] lo llamó. Ya yo estaba realmente harto. Dale con la caja, el pollo, la vieja. «Ayer vi a tu mamá en el mercado» y que si «tienes que estudiar porque eres un hombrecito, Julia está como loca». Francamente. Y nada que llegaba la desgraciada. ¿Por qué la gente tiene que preguntar tanto? En serio: ¿para qué vienen y te preguntan que por qué tu mamá usa anteojos? ¿Ah? Palabrita que si alguien pregunta que por qué mi mamá usa anteojos le nombro la madre. Palabrita. Sinceramente le digo así mismo: mire desgraciado, señor, ¿qué pasa? ¿Qué le pica? ¿Nunca ha visto un pollo? ¿Nunca ha visto una señora con anteojos? ¿Ah? Dígame esa gente que viene y te dice: ¿Qué hay? O te dicen: ¿Qué has hecho? ¿Pero qué carajo les importa? ¿Ah?
Bueno. Por fin Julia llegó. Era tardísimo. La vi bajarse de su impresionante Buick negro, con su vestido de pepas, y meneándose, para todos los tipos que estaban en la fuente de soda. Julia no puede dejar de menearse y mirar a todos los tipos. Por mí que se iría con el primer tipo que le dijera: «Oye tú, mira...». Seguro. Lo único que le importa a esa carajita es menearse y poder menearle los ojos a todos los degenerados que la miran. A veces comprendo un poco por qué a la cochinada de Carlos se le ocurrió eso que me dijo y que yo no puedo contar porque juré por Dios santo que no se lo decía a nadie. Pero bueno. Llega, se sienta, se monta el vestido hasta las pantaletas, se bota el pelo para atrás, se pasa la mano por el cuello, y después que me volvió porquería, se quedó mirando la caja vacía y me dijo:
-Ajjj Dios mío, me estoy muriendo de sed.
Se me olvidó decir que justo en el momento en que la vi salir de su maldito Buick, justo en ese momento, me dio una vaina y en un segundo abrí la caja, agarré al pobre pollo, y lo escondí en el bolsillo de la chaqueta. 
Me salió con que si:
-¿Llevas mucho tiempo aquí?
-No. Acabo de llegar -le dije.
-¿Qué calor, verdad?
-Sí. Espantoso -dije.
-No lo aguanto -dijo ella-. Puf, me muero.
Y para colmo me di cuenta que el tipo de la corbatica negra nos estaba espiando. Apenas llegó Julia me di cuenta que paró las orejas y hacía lo posible por acercarse y vamos a ver qué oímos y qué pasará con el pollo. Francamente. Deben volverse imbéciles. Que si la mesa uno un perro caliente, la mesa cuatro una hamburguesa sin tomate y otra con tomate, la mesa ocho una merengada de chocolate y una Cocacola, y la mesa dos un café negro y otro marroncito pero sin mucho café y la mesa tres un helado de mantequilla y la mesa nueve... Claro: nosotros ahí, así se divertía. No sé si se han dado cuenta la cara de loquitos tristes que tienen todos. Y además de la tristeza de loquitos llevan una corbatica de lazo. Pobrecitos. No le metía la nariz en las piernas de Julia porque no podía, y claro, porque Julia, justo cuando el pobre desgraciado la miraba, cerraba un poco las rodillas, la maldita botaba el aire, se sobaba la rodilla, y después te miraba como para que no te pusieras a llorar ahí mismo. Después que se subió más de lo que tenía subido el vestido, vino, y con su vocesita de pito, levantó un dedito y llamó al mozo. Inmediatamente pensé que el pendejo del mozo llegaba y le contaba lo del pollo. Y lo peor es que con lo del pollo, tenía que mantener el brazo en una sola posición, así, con la mano en el bolsillo, sin dejar que el pollo chillara, tapándole la jeta con los dedos, y ya sentía el brazo calambreado. Además estaba comenzando a sudar por todas partes. Era horrible. No exagero. Bueno. 
El mozo llega y se para delante de Julia: -¿Desea algo, señorita?
-Sí. Por favor...
-Dígame.
-¿Tiene Cocacola?
El tipo le dice:
-Pepsicola -y aprovecha para mirarle todo. -¿Pepsicola?
-Pepsicola -se hizo el loco y le miró las rodillas. Julia seguía con el dedo en el aire y se soplaba un mechón de pelo que te caía sobre la nariz. Por fin parece que Julia se dio cuenta que estaba pidiéndole algo al mozo y le dijo:
-¿Tiene Orange?
-No. No hay.
-¿Qué tienen?
El mozo como que ya estaba arrecho: -Colita, Pepsicola, Hit, Sevenup y Grin. -¿Tienen Grin?
-Sí.
-Bueno. Entonces una merengada de chocolate.
-¿De chocolate?
-No. Bueno. Tráigame una Grin.
El mozo estaba loco:
-¿Entonces Grin?
-Perdone -dijo Julia y se rió mirándome-, tráigame un helado de chocolate.
El mozo ni siquiera la miró. Salió disparado. Pobrecito. Y a todas éstas al maldito pollo como que le dio taquicardia porque comenzó a temblar y patalear y no sé que diablos tenía. De golpe le abrí la jeta y el desgraciado chilló. Julia me miró y me dijo:
-¿Oíste? -No -dije.
-Como un pito. 
-Un niñito -dije.
-Fue raro -siguió Julia.
-Sí. A veces pasa.
-Mamá dice que oye todo el día una avispa en la oreja. -Qué raro.
-Sí.
Por fin miró la caja, que estaba vacía, y me preguntó: -¿Ése es el regalo?
Yo estaba esperando desde el principio la pregunta. Por fin. Sí, pero no sabía qué diablos podía decirle, ¿no? ¿Qué se puede decir si a uno le pasa una cosa de ésas? ¿Qué dice uno? Uno no sabe qué decir. Y yo dije que no. Que ése no era el regalo.
-¿Dónde está?
«¿Dónde está? ¿Dónde está?» ¡Qué pregunta!
-Me pasó algo, Julia.
-¿Qué cosa? ¿Se te quedó en tu casa?
-Fue un problema -le dije.
-¿Te caíste? ¿Y esa caja?
-Sí. Me caí. Se rompió. Ésa es la caja.
-Qué lástima -dijo. Y justo oí que el pollo eructaba o algo así. No sé qué le pasaba al bicho. Como que estaba ahogado. -¿Dónde te caíste?
-En una escalera -le dije.
-Palabra que lo siento, Juan -dijo.
-No importa.
-Por supuesto que importa -me dijo. Y aprovechó para agarrarme la mano. Yo sudé. Después me sonrió, cambió las piernas para que todo el mundo le mirara las pantaletas y me dijo:
-¿Te vienes conmigo?
-No, gracias Julia. 
En eso fue que llegó el mozo. O bueno. Llegó antes o después de que se subió el vestido. El tipo traía una Cocacola. La puso, después pasó el pañito por una orilla de la mesa y se perdió. Julia me preguntó:
-¿No fue un helado de chocolate lo que le pedí?
-No sé -le dije. Y sí sabía.
-Ah no... es verdad -dijo-. Ahora me acuerdo que pedí una Cocacola... Cogió el pitillo, lo metió en la Cocacola y echó una chupadita. Después se paso la lengua por la boca, se limpió la manchita de Cocacola que tenía en los labios, y se me quedó mirando sonreída. Inmediatamente comencé a sentirme como perdido. Como levantado del suelo. Lejos y al mismo tiempo muy cerca, tanto, que podía contarle los lunares que tiene en la nariz, esos punticos como marroncitos, como rosados que tiene juntados en la nariz, y mientras más la miraba, ella más se sonreía y yo volaba más lejos de ella, con la sonrisa, sin ella, con la sonrisa sola, flotando en el aire, con su sonrisa de espuma roja, y después que había volado con la sonrisa, la sonrisa regresaba a su cara, le cubría toda su cara y yo me daba cuenta que estaba ahí, frente a ella, y me entraba en el vientre un miedito dulce. Era un miedito como cuando vamos en un auto y de golpe el auto llega a una subida, y cae, y a ti te entra algo, se te abre algo en la barriga, y se te llena la barriga de ese miedo dulce que después sientes que se te escapa y te lo deja como vacío, como con un hambre raro.
-Juan -decía-. Oye, Juan...
-Ni siquiera me di cuenta que tenía el pollo en el bolsillo, palabra, No me daba cuenta de nada. Para colmo ella me decía Juan, así, suavecito, Juan, como soplando el nombre, como soplándolo con el aliento, y apenas me llegaba el nombre, apenas lo oía, y volvía [53] a entrarme esa vaina y me quedaba más perdido y más mareado que antes.
-Juan -me dijo-. Oye. ¿Qué te pasa? -Nada -le dije.
-Oye. Tienes una cara...
Cuando me preguntó eso sentí el calambreo en el brazo y comencé a asustarme y de verdad verdad me comencé a sentir mal.
-No, Julia -dije-. No me pasa nada.
-Me pareció que te sentías mal -me dijo ella.
El pollo volvió como a pitar y le tapé el pico, la cabeza y todo lo que pude taparle, desgraciado si sigues te ahogo, cállate, y Julia:
-¿Seguro que no te sientes mal, Juan?
Dale con lo mismo:
-¿Segurito, Juan? ¿Seguro que no te sientes mal? -No, Julia. No. Palabra.
-¿Segurito?
-No, Julia.
-¿Pero seguro que no? No sé, tienes una cara...
-Palabra, te lo juro.
-¿Pero palabra, Juan? ¿No quieres ir al baño, Juan?
No le tiré el pollo porque francamente. Casi se lo estripo en la cara. Y lo peor es que siguió. Ya van a ver:
-Por mí -me decía la desgraciada-. Por mí puedes ir al baño. -Pero bueno, Julia. Si no quiero ir al baño ¿para qué voy a ir? -Pero no te dé pena. Anda.
-Julia. Deja la cosa del baño. No tengo ganas.
-No sé, Juan. Estás sudando y tienes una cara, yo sé, te conozco, eres capaz... -¿Capaz...?
-Capaz de aguantarte por mí.
Eso era lo último. 
-¿Aguantar qué?
-Aguantarte. Yo lo sé.
-Bueno, Julia. No me estoy aguantando. Te juro que no.
Por fin como que dejó la cosa y, siguió tomando su maldita Cocacola.
La odiaba. Juro que la odiaba como nunca. Hasta pensé en lo que me dijo Carlos y me pareció que Carlos no era tan inmundicia como yo lo había pensado. Me pareció que Carlos tenía razón en pensar en esas inmundicias, y le rogué que lo hiciera, que le hiciera inmundicias más asquerosas todavía. Me provocaba matarla. Cuando terminó su Cocacola y dio los últimos chupitos me dijo:
-Bueno, Juanito. Te espero en casa. No faltes -me lo dijo con lástima. Después miró la caja vacía. Y después se levantó, me echó una sonrisita de «no sufras tanto que la vida no es tan mala» y se fue meneando el culo hasta su impresionante y asquerosísimo Buick negro. Ahí abrió la puerta, levantó las patas para que yo me derritiera con sus pantaletas, y después levantó su dedito y el maldito carro se perdió de vista en la esquina.
¡Dios mío! ¿Por qué pasan esas cosas? Apenas se fue, vuelve el mozo. Tenía que volver. No podía quedarse quieto. Tenía que volver, llegar con cara de melón y preguntarme con su vocecita de marica dulce:
-¿Le dio miedo dárselo?
¿Por qué todo, por qué me pasa, por qué? ¿Por qué nunca podré, por qué jamás he podido...? ¡Dios mío! Me sentía tan mal...
Metí la cabeza entre los brazos y por fin oí que el mozo se alejaba hacia otra mesa.
Entonces oí las risas. Apenas levanté la cara, vi que el mozo se reía junto a un gordo, y los dos me miraban.  Se reían, hablaban un poco y volvían a soltar la carcajada. Yo comencé a sentirme rojo hirviendo, vi que no aguantaba más y que ese rojo hirviendo era cada vez más caliente y me quemaba más la garganta y los ojos y aflojé todo y entonces todo se me fue por los ojos y ya nada me importó entonces, lo juro, ya nada me importaba.
Cuando terminé de llorar, saqué al pobre pollo del bolsillo y me le quedé mirando: estaba tranquilito. Estaba como dormido. Me gustó pasarle la mano por su cabecita, por su cuerpo, y era tibio y bueno, y pensé que nos parecíamos los dos, él y yo, y estaba muy tibio y seguía como dormido. Estaba tan tranquilo que comencé a sentir algo espantoso. Entonces me dio frío y todo asustado lo dejé caer en el suelo.
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